SÁNCHEZ
GUEVARA, Canek, 33 revoluciones,
Barcelona, Alfaguara, 2016; 257 páginas.
Acaba uno la lectura de este libro,
indaga algo, si quiere, sobre la vida de Canek Sánchez Guevara (1974-2015), y
se queda aturdido, dolido, perplejo, esperando que venga la escucha de un amigo
para intentar poner un poco de orden en todo este batiburrillo de intereses,
maldades y buenas intenciones que es la vida, un cóctel de efecto abrumador para
las almas sensibles. La insensibilidad con la que es tratado el adolescente en
ciertos ambientes y por parte de algunas personas, personas rancias, de miras
muy estrechas, es una constante abrumadora, palpable en cualquier lugar y
época. Debían existir escuelas de adultos, lugares donde se enseñara a no
entorpecer, y menos torpedear —como hacen algunos—, el desarrollo de las
personas. No otra cosa tuvo que sufrir Canek, nieto del Che Guevara, al llegar
en 1985, con apenas once años, a Cuba, siendo como era un chaval muy inclinado
a las artes. El artista necesita sentirse libre, que nadie le imponga caminos,
ni líneas de conducta. A Canek, en uno de los momentos críticos del desarrollo,
la llegada a Cuba y el bombardeo a que se vio sometido para que se comportara
como los vigilantes del Régimen opinaban, y le insistirían machaconamente, que
tenía que comportarse un nieto del Che, tuvieron que sentarle de mal para
arriba, como le sientan esas severas imposiciones adultas a cualquier espíritu
libre propenso al anarquismo, amante de Los
cantos de Maldoror, el arte experimental y el heavy metal.
Y fruto de ese espíritu rebelde y
creativo nacieron los relatos que componen este libro, que lleva el título del
primero pero que agrupa nueve en total. “33 revoluciones” cuenta el monótono
día a día de la vida en la isla, una vida llena de carencias materiales y
espirituales. El protagonista es un funcionario tímido, aficionado a la
fotografía, que sufre como puede los abusos de poder de sus superiores. Consta
de treinta y tres pequeños capítulos, cada uno de ellos un recuerdo de aquello
en lo que se ha convertido el régimen consolidado tras la Revolución Cubana,
formando, si se quiere, una novela corta. De los nueve relatos quizá sea el
menos interesante por tratar una realidad ya muy comentada por los medios
independientes, aunque el texto resulte interesante desde el punto de vista
narrativo por una economía de recursos que resulta ejemplar.
Yo, desde luego, he disfrutado más con algunas de las
narraciones restantes. En muchas de ellas aparece retratada una juventud
contestataria, muy marginal pero por eso más libre, aunque esa marginalidad,
ese estar al margen de lo establecido, suponga a menudo el consumo de drogas
sin medida, a veces con apariencia de ser resultado de un comportamiento
claramente autodestructivo. El joven Canek, que de niño, mientras vivió en
países libres como Italia y España, fue una persona feliz, tuvo que verse muy
afectado por su estancia en Cuba, donde adquiriría una serie de conflictos emocionales
relacionados con la figura de su abuelo y ciertas obligatoriedades impuestas
por el Régimen, y a menudo tuvo que vivir circunstancias parecidas a las de
los protagonistas de los relatos. Siente uno, desde muy dentro de uno mismo, agazapada tras ese muro insuperable que supone la muerte, una impotencia que no es para
contarla por la dificultad de su análisis. Con esto, aunque complique un
poco mi discurso, quiero decir que estas narraciones tienen un aspecto casi
completo de estar inspiradas en su biografía, de ser autobiográficas, y uno se
imagina a su autor quitándose la vida poco a poco con tanto tóxico, y se siente
triste por él, por el dolor que debía almacenar en su interior.
Canek Sánchez Guevara (scd.es.rfi.fr)
Uno de los valores de las
narraciones del libro, aparte de otras consideraciones de índole biográfica,
histórica o social, está en el lenguaje, sobre todo en el lenguaje de los
diálogos. El espanglish aparece
continuamente en algunos de ellos dotándolos de un atractivo especial para el
lector que no habite en zonas donde sí exista esa fuerte mezcolanza de los dos
idiomas. Es el caso, por ejemplo, del relato titulado “Los supervivientes”, que
transcurre en algún lugar de la costa atlántica nicaragüense. En otros casos,
como en “La espiral del Guacarnaco”, el texto está repleto de cubanismos,
tantos que ha sido necesario incluir al final del libro un glosario con más de cien de ellos para que el lector no piense que no tiene ni idea de español,
a día de hoy el idioma con más vitalidad y riqueza del planeta.
Otro de los relatos que merece mucho
la pena leer es uno sobre la vida de un caníbal cubano, el titulado
“Confesiones de un artista ensangrentado (o cómo se construye un edificio roto)”.
Mientras realiza una crítica de las crisis de subsistencia en la isla, Sánchez
Guevara aprovecha para tributar un homenaje al conde de Lautréamont, autor que
debía admirar y con quien debía tener no pocos puntos en común.
Los relatos, por cierto, están
fechados en lugares tan distintos como Sadirac (Francia), Ciudad de México,
Oaxaca, Panamá, Nicaragua, Guatemala, Pachuca (México) y Marsella, testimonios
de la vida itinerante que llevó el autor.
El volumen cierra con la narración
titulada “Los frikis”, el relato de los desencuentros con la autoridad de la
isla que tiene un grupo de amantes de la música rock y otras corrientes
musicales. El final, que no quiero desvelarles, resulta muy revelador para
entender los sentimientos de cualquier adolescente con inclinaciones artísticas
obligado a vivir en un régimen dictatorial. Les dejo con parte de unas palabras
que le dirige su señor padre:
“Todo eso del ró es cosa de la Cía, paquelosepa. Es una campaña orquestada allá en la Cía para desestabilizar el país, para corromper a nuestra juventú y sembrar el diversionismo ideológico por todos lados”. (Pág. 244).
Ese hombre sí que sabía. Qué portento.
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