FAULKNER,
William, Santuario, Barcelona, Debolsillo,
2015; 347 páginas. [Sanctuary, 1931].
Traducción de José Luis López Muñoz.
Después de la lectura de Eça de Queirós, adentrarme en esta
novela de Faulkner ha sido como salir de un concierto de Mocedades y meterme en uno de Deep
Purple, y eso sin transición ninguna, a lo bestia, como a mí gusta hacer
las cosas, buscando evasión y estímulos donde pueda encontrarlos.
No es la primera ficción de Faulkner
que leo. Anteriormente me había enfrentado a varias novelas, y sobre todo a sus
cuentos, con los que había disfrutado lo indecible. El suyo era siempre el mundo
del sur de EEUU, una sociedad injusta en un paisaje desolado, donde los grandes
ríos hacían de las suyas con incontenibles crecidas y donde mujeres aguerridas
hacían frente a hombres debilitados por los vicios y las inacabables guerras.
Faulkner recrea en ellos la Guerra de Secesión, sobre todo a los vencidos, y, a
menudo, episodios de caza protagonizados por hombres y animales muy bien
compenetrados con el medio natural. Aparecen pícaros de todo tipo, dispuestos a engañar a cualquiera para sobrevivir, y perros legendarios, capaces de
enfrentarse a osos descomunales. Ese era el Faulkner al que yo estaba
acostumbrado. Y ahora, de buenas a primeras, me topo con una novela distinta,
escrita, según propia confesión, para ganar dinero, pensando en el
público mayoritario más que en lo que él mismo deseaba escribir. Y el gusto de
la mayoría es, a menudo, deleznable, ya se sabe. Así que durante los días que ha
durado la lectura me he visto transportado a un mundo sórdido, donde se suceden
actos de lo más desagradable, en la línea de ese realismo sucio, descarnado,
morboso, que tanto gusta al público en general desde hace mucho mucho tiempo
(demasiado). No falta un detalle: violaciones; asesinatos; destilerías
ilegales; abogados, o fiscales, corruptos que disertan con elocuencia ante
indignados jurados; casas de putas alcoholizadas, etc… Como era de esperar con
esos ingredientes, Faulkner consiguió lo que quería: la obra tuvo gran éxito y
él ganó mucho dinero con ella. El detalle de que, en su madurez, se
arrepintiera de haberla escrito es algo que entra en la lógica del proceso de
maduración de cualquier escritor, que suele renegar de sus obras anteriores,
sobre todo las de juventud.
(mediad.publicbroadcasting.net)
Desde el punto de vista técnico, la extraordinaria habilidad
que tenía Faulkner para construir novelas sigue estando ahí, por supuesto. El
lector pasa, alucinado, de una secuencia a otra, la novela es muy
cinematográfica, quedándosele siempre el interés no satisfecho del todo, de
manera que no tiene más remedio que seguir leyendo para averiguar más. El
escritor dosifica sabiamente la información e intercala episodios humorísticos
que rebajan la tensión, como ese de los dos alumnos de una escuela de peluquería
que llegan a la ciudad provenientes de un pueblo y acaban hospedados en un casa
de putas pensando que es una pensión familiar. Y una semana después aún lo
siguen pensando.
En fin: una novela de técnica ejemplar y argumento para
olvidar, demasiado sórdido y retorcido.
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