MORAVIA,
Alberto, Relatos, 2, Madrid, Alianza
Editorial, 1971; 397 págs. Traducción de
Esther Benítez [I racconti, 1952].
Una vez más acabo la lectura de un
libro de Moravia admirado de su capacidad de fabulación, de las recónditas
herramientas que poseía para crear narraciones. Ejemplo de envidiable contador
de historias, este autor italiano pertenecía al grupo de los poseedores de un inagotable caudal
de argumentos, muchos de ellos simples variaciones de otros también
suyos pero individuales y únicos en definitiva. En este caso, además, se trata
de una colección de relatos largos, no de narraciones breves, ordenados de
manera cronológica y por medio de los cuales se puede seguir la historia de
Italia durante el segundo cuarto de siglo xx, destacando, en mi opinión, en
este segundo volumen, todos los que aluden a la interacción que hubo entre el
ejército americano de ocupación y la población italiana --en especial las
mujeres--, la caída y persecución del fascismo y el crecimiento del Partido
Comunista italiano, todos ellos escritos entre 1944 y 1951. En su conjunto, casi
sin excepción, los relatos giran en torno a historias de amor y están contados
con una voz desengañada de la condición humana. Algunos son de inspiración
claramente autobiográfica, como los ambientados en la isla de Capri, donde el autor pasó temporadas durante los años cuarenta y escribió parte de estas
narraciones y alguna novela. Desde luego, antes del comienzo del turismo de
masas Capri debía ser un lugar ideal para escribir: hoy día sólo debe serlo
antes de la llegada del primer ferry de turistas y después de la salida del último, y
siempre, por supuesto, que se tenga una cartera bien surtida.
Moravia y Elsa Morante em Capri.
Años cuarenta.
Este lector ha querido encontrar
concomitancias, y quizá influencias en un solo sentido, entre alguno de estos
cuentos y obras posteriores de la intelectualidad y la clase artística
italiana; obviamente existirán muchísimas, y debe ser un campo ampliamente
estudiado por concienzudos investigadores y críticos, que no es mi caso. Quiero
referirme al relato titulado “La aventura”, cuya parte sustancial transcurre en
plena naturaleza, en un denso bosque, y cuyos protagonistas pasan momentos de
gran intensidad encaramados a los árboles. Leyéndolo me fue inevitable acordarme
de Cosimo Piovasco di Rondò, el protagonista de El barón rampante de Calvino, y de la historia de amor que vive en
los árboles con su vecina. Además, ambos novelistas, Moravia y Calvino, tienen
otras muchas cosas en común. Desde aquí ruego encarecidamente a quien aún
no lo haya hecho tenga a bien leer la novela de Calvino citada: no se
arrepentirá. Otra de las concomitancias, y posibles influencias, creo verla
entre el relato “La noche de don Juan” y la película de Sorrentino que tanto
éxito comercial tuvo a pesar de su calidad, La
gran belleza. Resulta difícil no encontrar abundantes parecidos entre los
protagonistas de las dos historias, ambos igual de crapulosos y vacíos. Por
otra parte, este tipo de personas es bastante común.
Para terminar este rápido repaso al contenido, destacar el relato
titulado “El regreso del veraneo”, el primero de todo el libro, en el que
Moravia toca con gran sensibilidad el tema de la servidumbre doméstica. Nacido
en una familia acomodada, y muy sensibilizado con las diferencias sociales, la
cuestión de la desigualdad entre las personas le atraerá con fuerza.
En cuanto a cuestiones narratológicas técnicas, de los quince
relatos sólo dos están narrados en primera persona; el resto lo está en tercera
y omnisciente. Es de notar cómo con el paso de los años —los relatos están
escritos entre 1938 y 1952— la técnica narrativa de los narraciones se va
perfeccionado. Muestra de ello pueden ser los comienzos de los relatos. “La
aventura”, escrito en 1940, comienza de una manera muy tradicional, tanto que
podemos pensar que nos encontramos en el inicio de uno de los cuentos de
Boccaccio, o de Chaucer:
“Un joyero, de nombre Dragotis, recibió una proposición bastante ventajosa de un tal Ataman, intermediario. Se trataba de dirigirse a una ciudad cercana para mostrar ciertas joyas de gran precio a una persona enriquecida que quería adornar con ellas a su esposa”. (Pág. 89).
En el polo opuesto podemos mencionar el comienzo de “El negro
y el viejo del hocino” (1948), que comienza en una sugerente e incitadora in media
res:
“Cuando entraron en el pinar se quedaron atónitos un instante: bajo la alta cúpula arbórea, igual que bajo las arcadas y las bóvedas de un vasto edificio colectivo, cuartel o lazareto, se ofrecía ante sus ojos todo un hormigueante campamento”. (Pág. 353).
Ahora, a por
las novelas de Moravia, que son muchas, sustanciosas y me están esperando un
algún lugar desconocido.
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