Joseph Conrad, Victoria, Madrid, Debolsillo, 2017; 488 páginas. [Victory, 1915]. Traducción de Alejandro
Gándara.
Novela
de aventuras que hará las delicias de cualquier lector que ansíe trasportarse a
otro lugar y a otro tiempo y sentir, por qué no, situaciones de peligro.
Siempre se ha dicho que quien busca el peligro perece en él, pero este dicho
popular no es aplicable a los lectores, solo a las personas de acción. Y el
lector, aunque le pese a alguno, no lo es. Es soñador, con la imaginación viaja,
ama, escala montañas, preside gobiernos, vagabundea pero, muy a menudo, no deja
de estar protegido entre cuatro paredes y un techo y rodeado de todas las
comodidades de la vida moderna. Leer una novela ambientada en la Indonesia de
finales del siglo XIX, y protagonizada por europeos que han emigrado allí para
hacer fortuna, es una experiencia, pues, muy gratificante.
El
protagonista, Heyst, es sueco, pero no un sueco cualquiera. Es una persona
especialmente atractiva por el drama personal que vive. Se siente desubicado en
una sociedad de hombres a menudo brutales y muy materialistas, que viven en esa
zona solo para intentar hacer fortuna y tratan a la población nativa como seres
inferiores, a veces despreciables. Esa crítica a la actuación colonial parece
una constante de muchas novelas de Joseph Conrad (1857-1924), muy marcada en la
impresionante El corazón de las tinieblas
(1899). Heyst, en el que podemos apreciar una especie de hiperestesia emocional
relativa —la consideración con la que trata a los más débiles lo distingue del
resto de miembros de la colonia—, prefiere vivir aislado, precisamente en la
isla donde había establecido su lugar de explotación minera una compañía ya
quebrada. La isla ya es un lugar habitado solo por nativos. En uno de sus
viajes a lugares habitados por colonos siente la llamada del amor y su vida da
un giro absoluto. A partir de ahí, la novela, que puede decepcionar en
principio a quien busque originalidades argumentales, se basa en el esquema
tanta veces explotado de hombre bueno protege a mujer joven y guapa del ataque
de hombres malvados y libidinosos.
Lo
mejor de la novela, a mi humilde
entender, es la manera en la que se cuenta la historia. Los puntos de vista son
cambiantes aunque siempre en tercera persona. Además, el autor intenta, y logra
satisfactoriamente, secuenciar las acciones ocurridas en distintos lugares pero
al mismo tiempo. En la isla solitaria donde transcurre lo más importante de la
acción esta pasa principalmente en dos bungalós distintos y de manera
simultánea. Lograr un relato correcto temporalmente de lo ocurrido en el otro
bungaló, algo que resulta vital para el entendimiento de la historia, y hacerlo
de manera que el suspense esté sabiamente dosificado creo que es una lección
para quienes intentan escribir ficción.
El
final, nada convencional, es adecuado, desmiente expectativas negativas, no es
previsible, y acaba de redondear la atracción del lector por esta novela y por
sus principales personajes: Heyst y la dulce pero fuerte y determinada Lena.
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