Alrededores del Meam
Eduardo Mendoza, El secreto de la modelo extraviada, Barcelona, Seix Barral, 2015.
Novela
escrita en primera persona y con sentido del humor. La primera de estas dos
características es bastante común pero la segunda escasea. Abundan los
creadores que parecen estar reñidos con las sonrisas, como si provocarlas en el
público pudiera ser motivo de censura. Una pena. Ellos se lo pierden.
Quien conozca la obra de
Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) sabe que uno de sus dos principales rasgos es
precisamente el humor. El otro, su amor por Barcelona. Llevo leyendo a Mendoza
muchos años, desde La verdad sobre el
caso Savolta (1975)—quizá su obra menos comercial—, y rara vez me he
aburrido con una de sus novelas. Esta no es inolvidable, pero sí resultona.
¿Por qué lee usted? Yo, a
menudo, cuando más disfruto de la lectura, lo hago por placer, por el placer de
leer en sí mismo. En vez de estar viendo la televisión, o dejándome los ojos en el móvil mirando la enésima chorrada del grupo de whatsapp, leo. Lo hago porque me sumerjo en un mundo que no es el mío, porque me
aíslo de todo lo que me rodea y porque la tarde se me pasa volando viviendo
vidas ajenas. Y si encima echo unas risas, y el libro está escrito con un
estilo que rezuma lecturas de clásicos, miel sobre hojuelas. ¿Busca usted una
obra decisiva en el devenir del género narrativo? Lea otra cosa. Sin embargo,
si le gusta Barcelona, si es crítico con la manera en la que ha sido tratada
por los empresarios turísticos, si siente pena por los barceloneses, sus calles
invadidas por hordas de manifestantes o de turistas, si se siente interesado
por saber cómo sobrevive a su éxito una de las ciudades más estimulantes de
Europa, privilegiada por su situación y sus comunicaciones pero a menudo dirigida
por un sentido mercantilista de la vida, lea novelas de Mendoza. Nada malo se
le va a transmitir.
El protagonista vuelve a ser el mismo de algunas de las novelas más cómicas de Mendoza, como El misterio de la cripta embrujada o El laberinto de las aceitunas. Se trata de un detective singular, patoso y desaliñado donde los haya, que se mueve por casi todos los ambientes de la ciudad. En ese sentido sus novelas ofrecen una visión completa de ella. La acción transcurre tanto en lujosas mansiones de la alta burguesía catalana como en figones de las calles más sucias y oscuras. Los personajes secundarios se mueven a menudo en los márgenes de la sociedad «bienpensante» y parecen sacados de un muestrario de la sociedad contemporánea de la escritura de la novela. Siempre son tratados con simpatía, quizá por esa atracción que poseen muchos intelectuales por los débiles y las zonas desfavorecidas de las ciudades.
La acción transcurre en Barcelona, como ya queda dicho, y en una franja cronológica que va desde los años anteriores a la celebración de la Olimpiada de 1992 hasta el tiempo actual. Imaginen si hay tela que cortar.
El protagonista vuelve a ser el mismo de algunas de las novelas más cómicas de Mendoza, como El misterio de la cripta embrujada o El laberinto de las aceitunas. Se trata de un detective singular, patoso y desaliñado donde los haya, que se mueve por casi todos los ambientes de la ciudad. En ese sentido sus novelas ofrecen una visión completa de ella. La acción transcurre tanto en lujosas mansiones de la alta burguesía catalana como en figones de las calles más sucias y oscuras. Los personajes secundarios se mueven a menudo en los márgenes de la sociedad «bienpensante» y parecen sacados de un muestrario de la sociedad contemporánea de la escritura de la novela. Siempre son tratados con simpatía, quizá por esa atracción que poseen muchos intelectuales por los débiles y las zonas desfavorecidas de las ciudades.
La acción transcurre en Barcelona, como ya queda dicho, y en una franja cronológica que va desde los años anteriores a la celebración de la Olimpiada de 1992 hasta el tiempo actual. Imaginen si hay tela que cortar.
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