miércoles, 16 de mayo de 2018

«Las ocho montañas», de Paolo Cognetti



El autor

Paolo Cognetti, Las ocho montañas, Barcelona, Random House, 2018. [Le otto montagne, 2016. Traducción de César Palma]

            Relato en primera persona de los primeros cuarenta años de la vida de un hombre. Nacido en una gran ciudad (Milán), es educado por unos padres muy amantes de la montaña, sobre todo el padre, y esa infancia, acabada con las rebeldías y los sentimientos «antipadre» corrientes a esa edad, le marca para siempre. Ignoro la carga autobiográfica que posee la novela, tampoco me interesa. Solo sé que las personas amantes de la montaña y el alpinismo van a disfrutar con ella. Hacía tiempo, mucho tiempo, que una novela no me atrapaba así.
            En esencia, la novela está muy inspirada por los movimientos «antiurbanos» nacidos con Walden, si no antes. Una persona elige para vivir la soledad de la naturaleza y lo imprescindible para vivir en ella, con la salvedad de que en Las ocho montañas a las dificultades habituales hay que añadir los peligros y los trabajos inherentes a la vida en altitud. En este caso, además, y también en oposición al texto de Thoreau, la soledad es compartida con otra persona, un amigo de la infancia, la única persona con la que podía compartir una soledad acompañada. Las ocho montañas es sobre todo un homenaje a la amistad.
Ya en su primera juventud, el narrador-protagonista analiza las peculiaridades de la afición a la montaña de cada uno de los miembros de su familia: su madre disfruta en los bosques, él en la zona que comienza en los dos mil metros —donde el bosque ya ha desparecido pero aún no han comenzado las nieves— y el padre en la zona de glaciar y en la competición por llegar antes a la cumbre, por realizar una ascensión que distinga la suya de las demás. El protagonista huye de esa competitividad del padre y con los años, las lecturas y los viajes descubre el misticismo de la montaña. Resulta estremecedora la capacidad de Cognetti para transmitir al lector esa poética de la montaña, de sus grandes e inhóspitos canchales, de los picos entrevistos en la niebla, de los gélidos lagos alpinos. Cualquiera que espere ansioso la llegada del verano para que se retiren las nieves y volver a reencontrarse con la montaña solitaria sabe de lo que estoy hablando.
            A todo esto hay que sumar un estilo alejado de todo intelectualismo, sencillo y directo, heredado de los autores norteamericanos amados por Paolo Cognetti. Todo un descubrimiento.

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