SAER,
Juan José, La pesquisa, Barcelona, Rayo
Verde, 2012; 175 páginas.
La
pesquisa de Juan José Saer (1937-2005) posee una prosa cuidada,
cuidadísima, muy rítmica, muy trabajada pero sin llegar a ser artificiosa. La
naturalidad, que se supone uno de los mayores valores de una prosa
recomendable, amena, fácil de leer, está ahí, y eso a pesar, o, mejor dicho, a
causa, del trabajo que subyace bajo esa apariencia de naturalidad. Saer toma un
carretón de comas y, conforme va avanzando, las va depositando siguiendo unos
criterios totalmente propios, los mismos que el lector, después del choque
inicial de las primeras páginas, acaba asimilando sin mayor trabajo y admirado
por su perfección.
«Cuando [las viejecitas de París] son demasiado viejas, el asilo o la muerte las escamotean, sin que sin embargo su número disminuya, porque nuevas promociones de viudas, de divorciadas y de solteronas, después del lapso irreal y demasiado largo de lo que llaman vida activa, vienen a ocupar, habiendo ya enterrado a todos sus parientes y conocidos, inconscientes o resignadas, las vacantes». (Pág. 11).
Puede parecer que Saer, profesor
universitario, cineasta, novelista, ensayista, poeta, autor muy libre y lector
empedernido, se hubiese desentendido de todo lo que hace el resto del personal
y se hubiese dedicado a escribir simple y llanamente como le apetecía y, eso
sí, dejándose llevar por un oído excepcional, que la prosa, como la poesía, tiene
su ritmo y su cadencia, todos lo sabemos.
La pesquisa, publicada en 1994, es una novela policiaca,
o criminal, sobre el asesinato en serie de ancianas parisinas. Ahí no puedo
dejar de reconocer que Saer se deja llevar por un género o una moda, pero a ver
quién es el guapo que crea algo absolutamente original e inclasificable; no
creo, siquiera, que eso sea bueno. Tengo que decir, eso sí, que mi admiración
por esta novela de Saer está basada en su lenguaje, en qué palabras selecciona
y en cómo las ordena, y en su técnica narrativa, en cómo construye la novela,
no en el tema, pues eso de que asesinen, descuarticen y hagan atrocidades por
el estilo con ancianas indefensas no es algo que uno elija leer, al menos yo.
Me lo ponen delante adornado con un estilo y una técnica muy atractivos y así
puedo leer esos párrafos, pero no es plato que vaya a ir buscando en la carta
de las librerías. Algo parecido me pasó con una de las novelas mayores de
Roberto Bolaño, no recuerdo ahora si Los
detectives salvajes o 2666. Me encontré cientos de páginas en
las que se describía el estado en el que habían quedado los cuerpos de decenas
y decenas de mujeres mexicanas asesinadas con el mayor sadismo y a sangre fría.
Entiendo que haya que llamar la atención sobre esos horribles asesinatos, incalificables,
que haya que defender a las mujeres contra los ataques de esos dementes de
conducta criminal, pero no que sea necesario revolver el estómago de los
lectores. O será que yo lo tengo delicado, no lo sé. Será eso.
Saer en 1963
(plataformalavarden.gob.ar)
Como decía más arriba, al estilo literario de Saer hay que
sumar el dominio que tiene de la técnica narrativa. Construye la novela con un
narrador omnisciente pero consciente de sus limitaciones, un narrador que, avanzadas
las páginas, se materializará ante nosotros como un personaje más, apuntando así
Saer su novela en una de las más venerables tradiciones narrativas, aquella que
comprende obras en las que los narradores forman parte de una tertulia en la
que se cuentan historias, unas veces ante un fuego y otras, como es el caso, ante
una mesa bien provista de comida y bebida. Pero eso es algo que el lector, como
ya he dicho, descubre más adelante. Saer empieza a enseñar la patita de su
intención de humanizar al narrador desde las primeras páginas:
«Ustedes se deben estar preguntando, tal como los conozco, qué posición ocupo yo en este relato, que parezco saber de los hechos más de lo que demuestran a primera vista y hablo de ellos y los transmito con la movilidad y la ubicuidad de quien posee una consciencia múltiple y omnipresente, pero quiero hacerles notar que lo que estamos percibiendo en este momento es tan fragmentario como lo que yo sé de lo que estoy refiriendo, pero que cuando mañana se lo contemos a alguien que haya estado ausente o meramente lo recordemos, en forma organizada y lineal, o ni siquiera sin esperar hasta mañana, si simplemente nos pusiéramos a hablar de lo que estamos percibiendo, en este momento o en cualquier otro, el corolario verbal también daría la impresión de estar siendo organizado, mientras es proferido, por una conciencia móvil, ubica, múltiple y omnipresente». (Pág. 21).
Además
de ese párrafo, cuyo interés es doble por contener una reflexión sobre la incierta
credibilidad en la novela moderna del narrador omnisciente, para muchos ya
obsoleto, las intervenciones personificadoras del narrador son continuas: «Ya
me han venido oyendo relatar sus…», pág. 27; «Pero no quiero anticiparme. Por
ahora lo que hay que saber es que…», pág. 29; «Tendrían que haber estado allá y
vivir en ese barrio como yo para darse cuenta del…», pág. 35; «Ya hemos visto
cómo…», pág. 37; «Morvan estaba, como les decía,», pág. 77; «No sé si se dan
cuenta de lo que estoy tratando de decir», pág. 125; «Ya te va a tocar el
turno. Pero por ahora silencio: aquí el que cuenta soy yo», pág. 125; etc. Esta
última cita sirve, además, para marcar una de las transiciones entre los dos
mundos: el de París, donde se asesinan mujeres, y el de Argentina, donde
Pichón, un hombre recién llegado de París, cuenta la historia de los asesinatos
a unos conocidos, que lo escuchan con interés pero deseando intervenir. Para
mí, ese es uno de los mayores logros de la novela, esa materialización del
narrador. A su vez, esta subtrama que acaece en Argentina, contiene otra, la de
En las tiendas griegas, la novela sobre
la toma de Troya cuya autoría debe averiguar el grupo del narrador, todo esto
en una suerte de juego de muñecas rusas, pero comunicadas, realmente atractivo.
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