GARCÍA
GUAL, Carlos, La muerte de los héroes,
Madrid, Turner, 2016; 162 páginas.
Ensayo no especializado, asequible
para cualquiera. Su lectura servirá para refrescar nuestros conocimientos sobre
mitología griega, hoy día muy oxidados debido a los impactos «culturales» que nos
llegan masivamente desde los dispositivos móviles, muy alejados todos ellos de
cualquier cosa que nos haga pensar y reconciliarnos con nuestras raíces
culturales. Ellas son las realmente importantes, la base de nuestra humanidad.
Lo otro sólo es ruido.
Quien de niño, ya sea gracias a
películas de animación o a narraciones más o menos abreviadas, no haya conocido
los mitos griegos, no haya fantaseado con Teseo siguiendo el hilo de Ariadna, o
con Hércules enfrentándose al león de Nemea, por citar los más conocidos, siempre
está a tiempo de hacerlo. Y gracias a libros como este, de intención
divulgativa, muy didáctico, lo tiene muy a su alcance. Aquí encontrará los principales protagonistas
de la Ilíada y la Odisea, sabrá cómo vivieron y, sobre todo,
cómo murieron, pues de muchos de ellos, exceptuados, claro está, el caso de
aquellos de muerte célebre, como Aquiles, Héctor o los pérfidos pretendientes
de Penélope, nunca hemos sabido cuáles fueron las causas de su desaparición.
Seguramente ni nos lo habíamos preguntado. Nos sorprendería, por ejemplo, saber
que Jasón, el célebre navegante que viajó a la Cólquide para recuperar el Vellocino
de Oro, murió ya en su vejez y por accidente, golpeado precisamente por el carcomido
mástil de su nave Argo, a la sombra
de la cual dormitaba. O cómo murió el mismo Orfeo, célebre por su descenso al
Hades en busca de Eurídice, despedazado por Bacantes que se sentían
despreciadas, según algunas versiones, o actuantes al dictado de dioses
vengativos, según otras.
De todas las historias, la que más
me ha llamado la atención por el mensaje contra el conservadurismo que
contiene, es la historia de la muerte de Penteo,
«descuartizado por un tropel de mujeres furiosas acaudilladas por su propia madre, Ágave, hija de Cadmo, en una escena de delirio báquico». (Pág. 59).
La historia de Penteo simboliza el fracaso de las
fuerzas inmovilistas, que intentan oponerse a las libertades individuales, encabezadas por el dios Dionisio y sus bacantes o ménades, representantes de un culto a la
sensualidad, mal visto por las estrechas miras de la sociedad local. Su lectura
puede recordar episodios de la vida de cualquier población o sociedad demasiado
inmovilista. El hecho de que su misma madre colaborara en su muerte fue algo
accidental pero potenciador del drama. Este relato sirve también para recordar
el buen gusto que tenían los autores dramáticos griegos clásicos, pues hechos como estos, de gran violencia, no suelen ser expuestos de manera directa, sino
relatados por un testigo presencial, de forma que se ahorra al espectador la
visión gratuita de la sangre y las vísceras repartidas por el escenario.
«La representación dramática evita ofrecer, como suele ser normal en la tragedia griega, la visión en escena del hecho sangriento». (Pág. 76).
Es todo lo contrario de lo que ocurre en el cine actual,
donde existe una corriente muy extendida amante de la exhibición de esas
atrocidades. Los relatos épicos, la Ilíada
especialmente, fueron por otro lado, es cierto, pero las hazañas de esos
héroes, nacidos para morir en la plenitud de la vida y en defensa de su pueblo,
fueron, esencialmente, violentas, luchas, enfrentamientos físicos, y sin esas
descripciones el célebre poema épico perdería gran parte de la visualidad que contiene. A mí, todo hay que decirlo, siempre me ha gustado más la Odisea, de acción más variada y viajera.
Por
último, destacar el apartado final, dedicado a Clitemnestra, Casandra y
Antígona, las tres mujeres y tratadas injustamente por defender su libertad y sus
iniciativas, a veces violentas, como es el caso de la primera, pero siempre
justificadas. Sus historias no morirán nunca.
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