FAULKNER,
William, Luz de agosto, Barcelona,
Debolsillo, 2015; 475 páginas. [Light in
August, 1932]. Traducción de Enrique Sordo.
Admirado. Así me he quedado después
de la lectura de esta novela. Uno sabe que tarde o temprano, si no se muere antes,
acabará leyendo todas las novelas y los relatos de los más grandes —me temo que
no queda tiempo para mucho más—, pero no puede imaginar que acabe encontrándolos
tan inolvidables como son. Y eso a pesar de hallar en ellos una vez más rasgos
de lo que la gente amante de las etiquetas llama “gótico sureño”, historias que
transcurren en el sur esclavista de los Estados Unidos y en las que tienen una
importancia fundamental personajes y hechos truculentos, relacionados con la
violencia, la ruindad y el desprecio por el padecimiento ajeno. Creo que una de
las razones por las que admiro las narraciones de Faulkner, hay muchas, es la
pasión que sentía por su tierra y su historia, por los personajes que conoció
desde niño y por los paisajes en los que transcurrieron los años más decisivos
de su vida. Él se siente obligado a desvelar las claves de su existencia y
poder literaturizarlas, como cualquier novelista que se precie, y se aplica a
la tarea con pasión. Su mundo de infancia fue segregacionista, primitivo, de
convenciones sociales muy arraigadas, hipócrita, machista y eclesial; si
pretendía ser fiel a sí mismo no iba a escribir novelas ambientadas en otro
sitio y con otras maneras. Otra de las razones de mi admiración hacia este
autor está en su fecundidad. Esta novela tiene más de cuatrocientas páginas a
un espacio y con un tipo 10 de letra. Pero es que, durante una época muy
concreta —finales de los años veinte y principios de los treinta—, publicó una
de semejante extensión y similar complejidad narrativa cada año, demostrando
con ello unas capacidades realmente extraordinarias.
En este caso la acción de la novela
está polarizada alrededor de dos personajes principales: Lena, una mujer
jovencita, atractiva, cándida y voluntariosa, muchacha que, por una vez, sobrevive
a la crueldad de los hombres—nada que ver con las jóvenes de Santuario o Mientras agonizo—, y Christmas, un personaje masculino de mente
alterada y comportamiento lleno de crueldad cuyas claves de compresión están en
las malas experiencias que tuvo en su infancia, a merced de adultos masculinos que
lo maltrataron siempre. Por una vez, lo digo en relación a las novelas de
Faulkner escritas en esta época, el relato tiene un final positivo, optimista,
luminoso, centrado en un personaje cuya ingenuidad misma lo protege del mal que
lo rodea.
Como es de esperar en este autor, su
forma de contar no es clásica: ni el tiempo es lineal —existe una analepsis
bestial, de más de cien páginas (capítulos 6 a 12), y las prolepsis son
continuas —, ni el narrador es omnisciente clásico, aunque en esta novela no
“abuse” de los cambios de puntos de vista narrativos. Para mí, lo mejor de toda
la novela es la descripción del carácter de Christmas, cómo va desvelándonos
las claves tanto de su tragedia como de la alteración de su mundo emocional. La
imagen de esa única calle por las que transita durante treinta años a partir de
la adolescencia, siempre la misma y siempre en una población distinta, es de lo
mejor que he leído en mucho tiempo. Por último, llamar la atención sobre el uso
que hace del sabor de un alimento para despertar recuerdos a un personaje
(Christmas, capítulo 10, página 219), en este caso guisantes cocidos con
melaza. No sé, la verdad, si es una coincidencia o una influencia clara de Proust,
pues Du côté de chez Swann llevaba
ya diecinueve años publicada y diez traducida al inglés (C. K. Scott Moncrieff,
Swann’s Way, 1922).
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