sábado, 11 de febrero de 2017

"Luz de agosto", de William Faulkner





FAULKNER, William, Luz de agosto, Barcelona, Debolsillo, 2015; 475 páginas. [Light in August, 1932]. Traducción de Enrique Sordo.

            Admirado. Así me he quedado después de la lectura de esta novela. Uno sabe que tarde o temprano, si no se muere antes, acabará leyendo todas las novelas y los relatos de los más grandes —me temo que no queda tiempo para mucho más—, pero no puede imaginar que acabe encontrándolos tan inolvidables como son. Y eso a pesar de hallar en ellos una vez más rasgos de lo que la gente amante de las etiquetas llama “gótico sureño”, historias que transcurren en el sur esclavista de los Estados Unidos y en las que tienen una importancia fundamental personajes y hechos truculentos, relacionados con la violencia, la ruindad y el desprecio por el padecimiento ajeno. Creo que una de las razones por las que admiro las narraciones de Faulkner, hay muchas, es la pasión que sentía por su tierra y su historia, por los personajes que conoció desde niño y por los paisajes en los que transcurrieron los años más decisivos de su vida. Él se siente obligado a desvelar las claves de su existencia y poder literaturizarlas, como cualquier novelista que se precie, y se aplica a la tarea con pasión. Su mundo de infancia fue segregacionista, primitivo, de convenciones sociales muy arraigadas, hipócrita, machista y eclesial; si pretendía ser fiel a sí mismo no iba a escribir novelas ambientadas en otro sitio y con otras maneras. Otra de las razones de mi admiración hacia este autor está en su fecundidad. Esta novela tiene más de cuatrocientas páginas a un espacio y con un tipo 10 de letra. Pero es que, durante una época muy concreta —finales de los años veinte y principios de los treinta—, publicó una de semejante extensión y similar complejidad narrativa cada año, demostrando con ello unas capacidades realmente extraordinarias.
            En este caso la acción de la novela está polarizada alrededor de dos personajes principales: Lena, una mujer jovencita, atractiva, cándida y voluntariosa, muchacha que, por una vez, sobrevive a la crueldad de los hombres—nada que ver con las jóvenes de Santuario o Mientras agonizo—, y Christmas, un personaje masculino de mente alterada y comportamiento lleno de crueldad cuyas claves de compresión están en las malas experiencias que tuvo en su infancia, a merced de adultos masculinos que lo maltrataron siempre. Por una vez, lo digo en relación a las novelas de Faulkner escritas en esta época, el relato tiene un final positivo, optimista, luminoso, centrado en un personaje cuya ingenuidad misma lo protege del mal que lo rodea.

            Como es de esperar en este autor, su forma de contar no es clásica: ni el tiempo es lineal —existe una analepsis bestial, de más de cien páginas (capítulos 6 a 12), y las prolepsis son continuas —, ni el narrador es omnisciente clásico, aunque en esta novela no “abuse” de los cambios de puntos de vista narrativos. Para mí, lo mejor de toda la novela es la descripción del carácter de Christmas, cómo va desvelándonos las claves tanto de su tragedia como de la alteración de su mundo emocional. La imagen de esa única calle por las que transita durante treinta años a partir de la adolescencia, siempre la misma y siempre en una población distinta, es de lo mejor que he leído en mucho tiempo. Por último, llamar la atención sobre el uso que hace del sabor de un alimento para despertar recuerdos a un personaje (Christmas, capítulo 10, página 219), en este caso guisantes cocidos con melaza. No sé, la verdad, si es una coincidencia o una influencia clara de Proust, pues Du côté de chez Swann llevaba ya diecinueve años publicada y diez traducida al inglés (C. K. Scott Moncrieff, Swann’s Way, 1922).

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