ZAPATA,
Ángel, La práctica del relato: manual de
estilo literario para narradores, Madrid, Ediciones y Talleres de Escritura
Creativa Fuentetaja, 2008 (5ª ed.; la 1ª es de 1997); 200 páginas.
Interesante, práctico y ameno, este
libro contiene todo lo que una persona necesita saber para escribir textos
narrativos con soltura, algo que sólo se logra con mucha voluntad y mucha,
muchísima, paciencia. Por supuesto, existen una serie de técnicas, como en
cualquier expresión artística, que conviene conocer. Si siempre han existido
talleres, o facultades, donde se enseña a pintar, o a esculpir, y conservatorios donde se aprende música, por qué no van a existir talleres
literarios o manuales como este, encaminados a intentar que el narrador consiga
mejores resultados. Para todos los aprendices de novelista, este libro, y otros
similares, suponen una ayuda que hay que aprovechar. Uno tiene muchas ideas
equivocadas en la cabeza, muchos vicios de aprendizaje, y, mientras antes
consiga corregirlos, sus esfuerzos, las horas que pase en su escritorio, serán
más fructíferos.
El libro contiene algunas observaciones
muy acertadas. A mí, personalmente, me ha llamado la atención todo lo relacionado
con el afán perfeccionista, esa voluntad de intentar ser como Tolstói, o como
García Márquez, una especie de genio, en vez de trabajar de verdad con los materiales
disponibles: uno mismo, sus capacidades y sus experiencias.
“En el caso de un buen escritor o una buena escritora (y digo ‹‹buenos››, no geniales), yo creo que la meta es convertirse en el mejor escritor o escritora que ellos puedan ser. Y no, desde luego, en Cervantes o en Shakespeare”. (Pág. 141).
O, en la misma línea, cuando nos
habla de la “excesiva veneración” hacia las obras de esos grandes genios:
“[…]; resulta complicado dar con lo propio (nuestros temas, nuestras palabras, nuestros personajes y nuestras emociones) sin antes desprendernos de esa excesiva veneración hacia la ‹‹Gran Literatura››, cuyo único efecto es paralizar al escritor y la escritora principiantes”. (Pág. 142).
Y, más adelante,
“Uno escribe por el puro placer de escribir, para expresar su mundo propio y explorar la riqueza de su imaginación. Hacerlo por otro tipo de motivos —deseos de fama, fantaseos de gloria, etc.— suele convertirse en un obstáculo terrible (insalvable a menudo), para el establecimiento de un auténtico espacio de juego, sólidamente protegido de los apremios de la realidad”. (Pág. 190).
El espacio de juego a que se refiere
el autor nos lleva a otros de sus temas preferidos: cómo debe ser el lugar de
trabajo y cuál es la mejor forma de trabajar. En síntesis, una síntesis torpe —quien
esté interesado por la escritura de ficción debe leer el libro sí o sí—, Zapata
ve la actividad de escribir narraciones como una labor que debe realizarse en
un espacio físico propio muy cercano al cuarto de juegos de la infancia, una habitación donde estaban guardados los juguetes y donde el niño podía dar
rienda a su imaginación y a sus juegos sin interferir en la vida del resto de
integrantes de la familia, algo que, bien pensado, era un absurdo, porque el
niño siempre está jugando e imaginando, esté donde esté. Zapata ve el lugar de
trabajo del escritor como un lugar donde debe reunir todos los objetos que le
sean más gratos y estimulantes, quizá,
por qué no, un muñequito del Capitán Trueno que tiene desde hace cuarenta años,
o la cometa que volaba cuando niño y está deseando que llegue el buen tiempo
para volverla a volar. Escribir debe ser un trabajo constante y formal pero
ayudado de estímulos “informales”, una actividad relacionada con el juego y con
la parte más creativa que tenemos. De ahí que cuando entremos en nuestro lugar
de trabajo debamos dejar fuera toda nuestra cotidianidad de personas adultas,
nuestras obligaciones, lo más aburrido y gris de la existencia, y recobrar todo
lo que podamos de aquel niño que aún vive en nuestro interior.
Centrado ya en la tarea puramente
artística, Zapata habla de dos tipos de sesiones de trabajo: las sesiones de
escritura y las sesiones de corrección. En las primeras predominaría el
pensamiento fantaseador, basado en asociaciones libres de ideas e imágenes, y
en las segundas el pensamiento dirigido, mucho más consciente, relacionado más
con la posible recepción del texto —su grado de inteligibilidad— que con la
creación misma.
El libro está dividido en cuatro
grandes apartados: Naturalidad (centrado
en el lenguaje, el uso de un lenguaje accesible, nada artificioso); Visibilidad (dedicado a la necesidad de
mostrar, al uso de sustantivos concretos y, en general, recursos que ayuden a “ver”
personajes y acciones, no abstracciones); Continuidad
(sobre las técnicas que consiguen captar y mantener la atención del lector,
basadas principalmente en la repetición); y, por último, la más interesante de
todas, Personalidad (donde se habla
de cómo llegar a conseguir precisamente lo que buscamos, contar ficciones
realmente propias y originales, nuestras).
En fin: un libro lleno de buenos y
saludables consejos sobre la apasionante actividad de escribir narraciones de
ficción. Habrá que tenerlo a mano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario