martes, 27 de septiembre de 2016

Una conferencia de Rodríguez Marín: “M. Pierre Paris en Andalucía”


Rodríguez Marín en su vejez
(c2.staticflickr.com)



(Artículo publicado en Cuadernos de los amigos de los Museos de Osuna, nº 11, 2009)[1]

Hace unos meses, mientras leía El Paleto, periódico ursaonense que vio la luz de manera ininterrumpida durante más de treinta años (1902-1936), encontré un texto que me llamó poderosamente la atención. Se trata de una conferencia escrita por Francisco Rodríguez Marín y leída por Luis Araujo-Costa[2] “en la velada que celebró [en Madrid] el Instituto Francés el sábado último[3], para honrar la memoria del que fué [sic] su director[4]”.
            En nuestros días, el interés de su publicación está justificado por distintas razones, entre ellas su escasa divulgación[5], dado quizá su carácter de obra dispersa, y la importancia que en la vida cultural nacional tuvieron tanto el autor, como el mismo Pierre Paris y otros personajes citados en el texto, sobre todo A. Engel y A. M. Huntington. En su lectura se advierte un poso de amargura en el ánimo del erudito ursaonense, característica esperable en un escrito cuya razón de ser es el fallecimiento de una persona conocida y de mérito, recordemos que Pierre Paris había fallecido en 1931, y con mayor motivo si dicho escrito está redactado por alguien que tenía ya setenta y seis años, había enviudado el año anterior y, quizá, veía ya cerca su final, hecho que, afortunadamente, tardaría en llegar otros largos y fecundos doce años.
            Seguro que el lector está ya impaciente por iniciar la lectura del texto, escrito con la prosa, siempre sabrosa —dotada de excelente ritmo aunque muy conservadora en la forma—, que caracteriza toda la obra de Rodríguez Marín. [[Antes de dejarles con ella, quiero comentarles que Francisco Rodríguez Marín ha sido para muchos de los ursaonenses amantes de las letras un modelo a seguir, al menos en nuestra época de formación más intensa. Yo, en particular, lo admiraba profundamente. Sus obras de exégesis del Quijote, denostadas por la crítica de las últimas décadas, no dejan de ser productos de la mente y la voluntad de una persona entregada, en cuerpo y alma, al conocimiento y la interpretación de las principales obras de nuestros clásicos. Por no hablar de su incansable obra de recopilación y anotación de cantos populares, labor en la que estuvo unido a Antonio Machado y Álvarez, padre de los hermanos Machado. Hoy día, y de manera lamentable, la figura de Francisco Rodríguez Marín se encuentra muy olvidada; hace un siglo, justo en 1916, presidía el comité ejecutivo para la celebración del III Centenario de la Muerte de Cervantes. No somos nada]]. Les dejo ya con la lectura de su texto.

«M. Pierre Paris en Andalucía
            Señor Embajador: Señoras: Señores:
            La Academia Española, que estima como es justo los notables méritos de su individuo correspondiente M. Pierre Paris y lamenta de corazón su perpetuo alejamiento de entre nosotros, ha tenido a bien designarme para representarla en la solemne velada con que el Instituto Francés y la Casa Velázquez honran su grata memoria. Cualquiera de mis compañeros de Academia la hubiera podido representar más idónea y lúcidamente que quien, porque sea todavía mayor su falta de dotes, ni voz tiene para hablar o leer por sí mismo[6]; pero si por aquí no fue acertada su designación, en cambio lo fue por otro estilo: porque ninguno entre todos mis colegas se me podría aventajar en el afecto ni en la admiración que siempre tuve para el sabio arqueólogo cuyo recuerdo nos congrega en este lugar.
            Mi amistoso trato con el señor Paris data de un tiempo en que ni él ni yo podíamos imaginar que habríamos de renovarlo en la corte de España algunos años después. Yo os ruego que me permitáis traer a cuento, sumariamente siquiera, aquellas gratas memorias, aunque el refrescarlas cause a mi ánimo la inevitable melancolía a que se refirió Jorge Manrique es sus famosas Coplas:
“¡Cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado
fué mejor!”
            Por los años de 1896, ejerciendo yo en Sevilla la profesión de abogado, sin renunciar por eso a otras aficiones, tales como la literatura[7] y la de coleccionar y estudiar nuestras medallas autónomas españolas, trabé conocimiento, que pronto fué buena amistad, con M. Arturo Engel, doctísimo numismático francés, que pasaba largas temporadas en la metrópoli de Andalucía. Él me llevó a Santiponce un domingo de febrero de 1898[8] para que conociera al opulento hispanista norteamericano Mr. Archer Milton Huntington[9], que por aquel tiempo practicaba excavaciones en terrenos próximos al anfiteatro de Itálica. Y era de contemplar, por cierto, al que había de ser fundador en 1904 de la hoy tan renombrada “Hispanic Society of America”[10], porque le sorprendimos en mangas de camisa, pintadas de yeso las amplias manazas, correspondientes a su gigantesca estatura (1,99 cm.), ocupado en unir y pegar cuidadosamente los trozos de un bello mosaico hallado el día anterior.
            Pocos años después, el señor Engel dábame una noticia, que me interesó doblemente, como aficionado a la arqueología y como nacido en Osuna y amante de su historia. Por comisión del Gobierno de Francia, él y un docto hispanista, miembro de la Escuela Francesa de Atenas, y muy experto conocedor del arte ibérico, iban a emprender de allí a poco, en las afueras de mi villa natal, antiguo emplazamiento de la “Urso” prerromana, unas prolijas excavaciones en busca de objetos de aquel vernáculo y curiosísimo arte, de que años atrás se habían hallado preciadas reliquias en el Cerro de los Santos, y del cual era y es peregrina muestra la bellísima escultura universalmente conocida con el nombre de la “Dama de Elche”, gala y ornato, pese a la indolencia española, del gran Museo del Louvre[11].
            Díjome aún más el señor Engel: que su compañero, Pierre Paris, que a la sazón pasaba apenas de los cuarenta años[12], y era miembro correspondiente del Instituto de Francia, ya tenía larga y lucida historia en materia de arqueología, pues en 1884, cuando frisaba con los veinticinco, por encargo del Gobierno francés había practicado excavaciones en el templo de Apolo, de la isla de Delos, y en Elatea al año siguiente, trabajos de los cuales trató con mucho lucimiento en su libro titulado “La sculpture antique”; pero que, aplicándose después con preferencia a estudiar el arte ibérico, tanto había progresado en esta difícil empresa, viajando frecuentemente por España desde el año 1897, que había escrito una extensa obra acerca de ella, y presentádola al concurso Martorell[13], donde acababa de obtener el premio, consistente en veinte mil pesetas.
            Esto me dijo el señor Engel, y, en efecto, en 1903 y 1904 salió a la luz en París ese magistral estudio, que ocupa dos volúmenes en cuarto, titulados “Essai sur l’Art et l’Industrie de l’Espagne primitive”, y es obra de capitalísima importancia, sin cuya consulta no se pueden visitar con provecho ni la sala tercera del Museo Arqueológico Nacional de Madrid, ni las del Museo del Louvre, en que se custodian muchedumbres de piezas de arte ibérico. 
            Aunque mis tareas, y aun cierta enfermedad incipiente que al cabo requirió una grave operación quirúrgica[14], me obligaban a no faltar de Sevilla, tardé poco tiempo en darme el gusto de visitar en Osuna al señor Engel y de conocer al señor Paris. No he de bosquejar el relato moral del ilustre arqueólogo a quien se dedica esta velada. Todos o los más de vosotros lo tratásteis [sic], y, como suele decirse, os lo sabéis de memoria. Agilísimo de entendimiento, lógico y maduro en el raciocinio, diserto en el hablar, suavemente irónico cuando la ocasión lo pedía, y franco y afectuoso en el trato, hacíase muy agradable el conversar con él. Porque Paris, amén de todo esto, distaba mucho de ser uno de esos “hombres de un solo libro” de quienes las letras divinas y las humanas aconsejan que nos guardemos; antes al contrario, podía hablar y hablaba de todo lucidamente, por ser amplia y nada superficial su cultura.
            Con entrambos ilustres arqueólogos visité los lugares de las excavaciones y admiré las peregrinas piezas de escultura que ya había empezado a desenterrar pocos años antes Fernando Gómez, un muchacho osunés muy simpático y dispuesto[15], que les servía de capataz; y al visitar de nuevo aquellos sitios, la Pileta, el solar del tío Blanqué, donde se encontraron los famosos bronces de Osuna, y el garrotal de Postigo, con la tierra lindera, comprada por Engel, mina exuberante de reliquias ibéricas, recordaba yo, no sin emoción enternecedora, aquel tiempo remoto en que, siendo estudiantillo del bachillerato[16], solía irme allá con otros de mi calaña, desde el vetusto edificio universitario del Conde de Ureña, a buscar lo que llamábamos “ochavos romanos”, monedillas comúnmente del bajo [sic] Imperio, de Graciano, Arcadio u Honorio, las cuales, después de una lluvia torrencial, recién lavadas por el agua del cielo, se nos venían a los ojos por su pátina reluciente, al brillar al sol.
            En una de aquellas pláticas tratamos de mi primer galardón obtenido de la Academia Española[17], el cual, naturalmente, me tenía muy ufano. No lo estaba menos Pierre Paris por su gran premio Martorell; y M. Engel, el renombrado autor del “Repertoire des sources imprimées de la Numismatique française”, sonreíase bondadosamente de nuestra ufanía y alegrábase de vernos alegres. De aquellas entrevistas conservo, además de estas gratas memorias, dos objetos materiales que estimo en mucho: una hermosa moneda de oro de Vespasiano que me regaló Engel, y el interesante  y docto libro que éste y M. Paris titularon “Une forteresse ibérique a [sic] Osuna”, y que vino a mi poder con cariñosa dedicatoria apenas salió a [sic] luz.
            Algunos años después, al mismo tiempo que veían la luz pública sus “Promenades archéologiques en Espagne”[18], M. Paris, catedrático de la Universidad de Burdeos, trasladábase a la corte de España, nombrado director de la Escuela de Estudios Superiores Hispánicos, fundada por aquella Universidad como una sección del Instituto Francés de Madrid, cargo que, cual los otros a que llegó, de director del dicho Instituto y de la Casa de Velázquez, cuya fundación debió tanto a su actividad, fué desempeñado a entera satisfacción de franceses y españoles, por sus notables dotes de inteligencia, discreción, iniciativa y cuidadoso celo. Mas nuestro trato en Madrid, con ser algo frecuente y muy afectuoso, no fué sino sombra de aquel otro de las dos o tres entrevistas ursaonenses. Y bien se explica por qué: entrambos ejercíamos importantes cargos que nos ocupaban y nos preocupaban; y además, había nevado mucho sobre nuestras cabezas, y algo, no poco, sobre nuestros corazones. Como sucedió a Carlos V en Yuste, cuando le llevaron unas perdices de ciertos montes lejanos, de las cuales recordaba que le habían sabido bien en otras calendas, y ahora le parecieron insubstanciales y desabridas, tampoco para nosotros volvieron a ser las pláticas tan sabrosas como de antes [sic]. Las perdices del Emperador, con serle traídas desde tan lejos, eran las mismas que veinte años atrás; su paladar, empero, aún permaneciendo dentro de su boca, era harto diferente. Así nos sucedió a nosotros. La vida sería un licor sumamente agradable, si con él, a menudo, no anduviesen revueltos sus posos, más amargos que la hiel.
            Murió nuestro amigo; pero, como el vate de Venusa[19], pudo pensar “Non omnis moriar”[20], cuando de súbito se encontró entre las férreas manos de la Parca. Fuera del alma, que, como inmortal, ha vuelto a su Creador, el señor Paris continúa viviendo entre nosotros. Vive en nuestro piadoso recuerdo, y vive y vivirá perdurablemente en los admirables libros que debemos a su privilegiada inteligencia y a su fecundo amor al trabajo.
Francisco Rodríguez Marín
De las Academias Española y de la Historia» 




[1] Se ha revisado y mejorado, en la medida de lo posible, la expresión de la introducción y las notas. Los añadidos de contenido actuales, de 2016, aparecen entre corchetes dobles.
[2] Autor español especializado en temas madrileños, un “madrileñista” según el término que le adjudica Mariano Sánchez de Palacios. Fue también un influyente crítico teatral; sus textos veían la luz principalmente en la publicación madrileña La Época. En el artículo necrológico que le dedica J. Ortiz de Pinedo (ABC, 5 de febrero de 1956, p. 70), podemos leer: “Hombre de biblioteca, de Ateneo y de Academia, que discurrió acerca del “Quijote”, del cristianismo en la Edad Media, de las humanidades en su aspecto iberoamericano, de las comedias de Lope como Historia de España, del teatro como escuela y enseñanza; que trazó la siluetas de las princesas de Francia en el trono hispánico, de San Isidoro y la Emperatriz Eugenia, y las biografías, tan documentadas, de “La Época”, el barrio de Salamanca y el Ateneo madrileño”. Habría que añadir que fue también estudioso y admirador de las obras de Juan Valera y de Emilia Pardo Bazán. No hemos localizado su nombre entre los miembros de la Real Academia Española. Rodríguez  Marín ocupó el sillón “g” desde 1907 hasta su fallecimiento (1943).
[3] Se refiere al sábado 14 de mayo.
[4] El Paleto. Periódico de Agricultura y de intereses generales, nº 1326, 20-5-1932, p. 2; Osuna (Sevilla), dirigido y editado por Manuel Ledesma Vidal. Según se lee en el mismo lugar, la conferencia había sido publicada en La Época (Madrid) alguno de los días comprendidos entre el 14 y el 20.
[5] Tras escribir esta pequeña introducción, he tenido conocimiento de la existencia de un artículo anterior a éste que incluye íntegro el texto de Rodríguez Marín aunque, por desgracia para la divulgación de la obra de don Francisco, aún permanece inédito. Se trata de RUIZ CECILIA, José Ildefonso, “Rodríguez Marín y la arqueología”, I Congreso Internacional Interuniversitario Rodríguez Marín y el Quijote: una revisión de su Época y Obra, ciento cincuenta años después, celebrado en Osuna en noviembre de 2005.
[6] Como ya conocen los admiradores del gran polígrafo ursaonés, don Francisco perdió la voz, de la que sólo le quedó un hilo apenas audible, como consecuencia de las intervenciones quirúrgicas a las que fue sometido a lo largo de los años 1903 y 1904. Para conocer con más detalle la naturaleza y el proceso de su dolencia, léase RAYEGO GUTIÉRREZ, Joaquín, Vida y personalidad de D. Francisco Rodríguez Marín “Bachiller de Osuna”, Sevilla, Servicio de Archivo y publicaciones de la Diputación de Sevilla, 2002; pp. 126-151. También resulta ilustrativa la lectura de FERNÁNDEZ MARTÍN, Juan, Biografía y epistolario íntimo de don Francisco Rodríguez Marín, Madrid, Escelicer, 1952; p. 119 y ss.
[7] La actividad a la que Rodríguez Marín llama “afición” ya había producido uno de sus trabajos fundamentales, aquel, “copiosísimo y celebérrimo” según Baltanás, titulado Cantos Populares Españoles (Sevilla, Francisco Álvarez ed., 1882-1883; 5 tomos). Existe una edición muy reciente, a cargo de Enrique Baltanás, publicada en el año 2005 en Sevilla por la Editorial Renacimiento.
[8] La excursión a Santiponce la realizó Rodríguez Marín el día 13 de febrero. En su artículo “El fundador de la Sociedad Hispánica de América”, en ABC del 8 de agosto de 1907, p. 4, describe el encuentro con Huntington en muy parecidos términos y proporciona datos de interés sobre el asunto de la biblioteca del marqués de Jerez de los Caballeros. 
[9] En 1898 Huntington tenía 28 años pero llevaba coleccionando y estudiando objetos de procedencia hispana desde 1885. Heredero de una de las mayores fortunas de los EE UU, dedicó su potencial económico a desarrollar una fuerte vocación cultural, gracias a la cual pudo reunir miles de piezas que de otra manera se hubieran dispersado o hubieran desparecido. De todas formas, sus adquisiciones siempre despertaron polémica en España, sobre todo en los años de transición del siglo XIX al XX. Una de ellas fue la biblioteca del marqués de Jerez de los Caballeros, transacción comercial que disgustó enormemente a Rodríguez Marín: “Yo no me consolaré nunca de esta desgracia. Más amaba yo esos libros que su dueño. Pobre soy, y nunca los hubiera vendido por dineros ningunos [sic]. ¡Más daño nos ha hecho mister Huntington solo que todos sus paisanos!”. (Carta de Rodríguez Marín a Menéndez y Pelayo fechada el 15 de enero de 1902, publicada en FERNÁNDEZ MARTÍN, Juan, Ob. cit, pp. 118 y 119). El contenido de esta carta, dicho sea de paso, entra en clara contradicción con la afirmación de Rayego según la cual Rodríguez Marín “jugó [un papel fundamental] en la transacción como abogado representante de Mr. Huntington.” (RAYEGO GUTIÉRREZ, Ob. cit., p. 130). En cuanto a la opinión que Rodríguez Marín tenía de Huntington, cambió mucho a lo largo de los años; véase al respecto el artículo citado en la nota precedente.
[10] Para tener una idea de la consideración que en los años treinta tenía en España la fundación de Huntington, léase SÁNCHEZ CANTÓN, F. J., “Una provincia espiritual de España. (La Hispanic Society en Nueva York)”, en ABC del 1 de marzo de 1931; pp. 23-25. En este artículo se menciona le edición facsimilar de los “ejemplares únicos o muy raros” contenidos en la biblioteca del marqués de Jerez de los Caballeros (Ibid., p. 23), edición que vino a compensar a los estudiosos españoles por la lejanía en la que se encontraba la biblioteca desde su traslado a los Estados Unidos.
[11] Como ya sabe el lector, la Dama de Elche, descubierta en agosto de 1897 y adquirida el mismo mes y año por Pierre Paris para el Museo del Louvre, volvería a nuestro país en 1941, junto a la mayor parte de los relieves encontrados en Osuna durante la misión arqueológica francesa de 1903. Sobre este particular, consúltese GARCÍA BELLIDO, A., La Dama de Elche y el Conjunto de Piezas Escultóricas reingresadas en España en 1941, CSIC Instituto Diego de Velázquez, Madrid, 1943.   
[12] Pierre Paris había nacido en 1859; era, por tanto, cuatro años más joven que Rodríguez Marín.
[13] Se trata de un premio creado por Francisco Martorell y Peña, del cual, cierta obra de consulta, nos dicta lo siguiente: “Arqueólogo y naturalista español, n. y m. en Barcelona (1822-1878). En 1868 examinó y estudió los monumentos megalíticos, las acrópolis y las sepulturas olerdulanas de las islas Baleares con tal escrupulosidad que, según Sanpere y Miquel, nadie antes ni después lo ha hecho igual. Reunió, además, una magnífica colección de arqueología y de historia natural que á su muerte legó a la ciudad de Barcelona, habiendo servido de fundamento para el establecimiento del Museo de su nombre. Dejó, además, un capital de 125.000 pesetas para con su renta instituir un premio quinquenal de 20.000 pesetas para la mejor obra original de arqueología española. Sus escritos fueron coleccionados por el citado Sanpere y Miquel con el título de Apuntes arqueológicos (Barcelona, 1879)”. (Cita de la Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo Americana, Barcelona, Hijos de J. Espasa, Editores, s./a.; t. XXXIII, p. 594). En fr.wikipedia.org/wiki/Prix_Martorell puede encontrarse algo más de información sobre Martorell y su premio, el cual ha seguido otorgándose, al menos, hasta 1962. A Paris le fue concedido en 1902.
[14] La operación a la que se refiere le fue practicada por el Dr. Juan Cisneros el 11 de julio de 1904 en el Sanatorio de Santa Teresa de Madrid. (RAYEGO GUTIÉRREZ, J., Ob. cit., p. 149). 
[15] Obviamente, se refiere a Fernando Gómez Guisado. Como puede verse en la siguiente cita, su relación con los arqueólogos franceses estaba basada en un interés material, algo, por otra parte, perfectamente legítimo, lógico y humano: "Après avoir vu les sculptures réunies par un artisan du village, Fernándo Gómez Guisado, il [Engel] envisage de fouiller le site dès le printemps 1902. En août de la même année un premier achat est effectué par le Louvre. Et en février 1903, pour assurer le négoce de statues,  Engel acquiert un terrain à l’est du rempart, tout en fouillant aussi une parcelle située à l’ouest du mur. La fouille et les envois ont lieu entre février et novembre 1903. [...] L’organisation de la fouille est fondée sur l’achat de pièces par le musée du Louvre. Le Conseil des Musées vote des sommes pour les acquisitions hispaniques. La première opération concerne les blocs sculptés trouvés par Fernándo Gómez Guisado, puis se succèdent les envois payés à Engel; Fernándo reçoit alors la moitié de l’argent versé, l’autre moitié servant à Engel à rembourser l’achat du terrain." (Pasajes del texto de Pierre Rouillard incluido en la publicación que, en el momento de redactar estas líneas, está preparando la Asociación Amigos de los Museos de Osuna sobre los álbumes fotográficos de la misión arqueológica francesa de 1903 en Osuna.) [[Se trata de RUIZ CECILIA, J. I., y MORET, P. (eds.), Osuna retratada. Memoria fotográfica de la misión arqueológica francesa de 1903, Asociación de los Amigos de los Museos de Osuna, 2009]]
[16] Periodo de la vida de Rodríguez Marín comprendido entre octubre de 1864 y agosto de 1869. (Ibid., pp. 22-24). 
[17] El premio, consistente en 2.500 pesetas y medalla de oro (Ibid., p. 125), le fue concedido en mayo de 1898 por su obra sobre Barahona de Soto (Ibid., p. 132).
[18] La publicación sobre los álbumes fotográficos de la misión arqueológica francesa de 1903 en Osuna, mencionada en la nota 15, incluye una traducción de esta obra.
[19] Se refiere al poeta latino Horacio, nacido en Venusia, hoy Venosa, población situada a 374 km al sureste de Roma, en la provincia de Potenza, región de la Basilicata. En www.comune.venosa.pz.it se lee “Situata su di un pianoro a 415 mt. sul livello del mare, a nord est della Basilicata, sorge la bella e antica città di Venosa ( ab.12.199 – sup.17 Kmq ), con una popolazione attiva equamente distribuita nei settori dell’agricoltura, industria, commercio, servizi e pubblica amministrazione. La città , abitata fin da epoca preistorica, ha la caratteristica di esibire, concentrato in un piccolo spazio, un raro e composito patrimonio di storia e civiltà, di arte, cultura e religione. Patria di illustri uomini tra cui spicca il grande poeta latino Quinto Orazio Flacco ( 65 a.C. – Roma, 8 a.C. ). Sede dal 1991 del Museo Archeologico Nazionale e dal 1997 del Centro di Alti Studi Oraziani. E’ tra i maggiori centri turistici dell’Italia Meridionale.”
[20] Se trata de una frase incluida en la Odas de Horacio, exactamente en el libro 3º, oda 30, verso n.6. He aquí el texto completo:

Exegi monumentum aere perennius
regalique situ pyramidum altius,
quod non imber edax, non Aquilo impotens
possit diruere aut innumerabilis
annorum series et fuga temporum.
Non omnis moriar multaque pars mei
uitabit Libitinam. Vsque ego postera
crescam laude recens, dum Capitolium
scandet cum tacita uirgine pontifex.
Dicar, qua uiolens obstrepit Aufidus
et qua pauper aquae Daunus agrestium
regnauit populorum, ex humili potens
princeps Aeolium carmen ad Italos
deduxisse modos. Sume superbiam
quaesitam meritis et mihi Delphica
lauro cinge uolens, Melpomene, comam.

                Esta locución latina, que puede traducirse como ‘no moriré del todo’, se ha convertido en un tópico literario que nos habla de la inmortalidad que proporciona la obra literaria y, en general, la producción artística. En cuanto a la traducción del poema, he aquí la del asturiano Víctor Botas, incluida en su obra Segunda mano: ‘Levanté un monumento más perenne que el bronce, / y más alto que esas faraónicas / pirámides gastadas, que ni las inclemencias / ni la incesante fuga de los años / lograrán destruir. No moriré / del todo, y buena parte / de mí burlará a Labitina; siempre joven, / siempre renovado, crecerá / mi fama en los que vengan, mientras sigan / la Vestal sigilosa y el Pontífice / subiendo al Capitolio. Y correrá / mi nombre del Aufido / a los reinos de Dauno, porque no / en vano fui el primero –pese a mi humilde origen– / que manejó las formas de la Eolia / en la lengua latina. / Que Melpóneme acepte / la merecida gloria y de buen grado / corone mi cabeza con laureles.’


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