Rodríguez Marín en su vejez
(c2.staticflickr.com)
(Artículo
publicado en Cuadernos de los amigos de
los Museos de Osuna, nº 11, 2009)[1]
Hace unos meses, mientras leía El Paleto, periódico ursaonense que vio
la luz de manera ininterrumpida durante más de treinta años (1902-1936), encontré
un texto que me llamó poderosamente la atención. Se trata de una conferencia
escrita por Francisco Rodríguez Marín y leída por Luis Araujo-Costa[2]
“en la velada que celebró [en Madrid] el Instituto Francés el sábado último[3],
para honrar la memoria del que fué [sic] su director[4]”.
En nuestros días, el interés de su
publicación está justificado por distintas razones, entre ellas su escasa
divulgación[5],
dado quizá su carácter de obra dispersa, y la importancia que en la vida
cultural nacional tuvieron tanto el autor, como el mismo Pierre Paris y otros
personajes citados en el texto, sobre todo A. Engel y A. M. Huntington. En su
lectura se advierte un poso de amargura en el ánimo del erudito ursaonense,
característica esperable en un escrito cuya razón de ser es el fallecimiento de
una persona conocida y de mérito, recordemos que Pierre Paris había fallecido
en 1931, y con mayor motivo si dicho escrito está redactado por alguien que
tenía ya setenta y seis años, había enviudado el año anterior y, quizá, veía ya
cerca su final, hecho que, afortunadamente, tardaría en llegar otros largos y
fecundos doce años.
Seguro que el lector está ya
impaciente por iniciar la lectura del texto, escrito con la prosa, siempre
sabrosa —dotada de excelente ritmo aunque muy conservadora en la forma—, que
caracteriza toda la obra de Rodríguez Marín. [[Antes de dejarles con ella,
quiero comentarles que Francisco Rodríguez Marín ha sido para muchos de
los ursaonenses amantes de las letras un modelo a seguir, al menos en nuestra
época de formación más intensa. Yo, en particular, lo admiraba profundamente. Sus
obras de exégesis del Quijote,
denostadas por la crítica de las últimas décadas, no dejan de ser productos de
la mente y la voluntad de una persona entregada, en cuerpo y alma, al
conocimiento y la interpretación de las principales obras de nuestros clásicos.
Por no hablar de su incansable obra de recopilación y anotación de cantos
populares, labor en la que estuvo unido a Antonio Machado y Álvarez, padre de
los hermanos Machado. Hoy día, y de manera lamentable, la figura de Francisco
Rodríguez Marín se encuentra muy olvidada; hace un siglo, justo en 1916,
presidía el comité ejecutivo para la celebración del III Centenario de la
Muerte de Cervantes. No somos nada]]. Les dejo ya con la lectura de su texto.
«M.
Pierre Paris en Andalucía
Señor Embajador: Señoras: Señores:
Mi amistoso trato con el señor Paris
data de un tiempo en que ni él ni yo podíamos imaginar que habríamos de
renovarlo en la corte de España algunos años después. Yo os ruego que me
permitáis traer a cuento, sumariamente siquiera, aquellas gratas memorias,
aunque el refrescarlas cause a mi ánimo la inevitable melancolía a que se
refirió Jorge Manrique es sus famosas Coplas:
“¡Cómo,
a nuestro parecer,
cualquiera
tiempo pasado
fué
mejor!”
Por los años de 1896, ejerciendo yo
en Sevilla la profesión de abogado, sin renunciar por eso a otras aficiones,
tales como la literatura[7] y
la de coleccionar y estudiar nuestras medallas autónomas españolas, trabé
conocimiento, que pronto fué buena amistad, con M. Arturo Engel, doctísimo
numismático francés, que pasaba largas temporadas en la metrópoli de Andalucía.
Él me llevó a Santiponce un domingo de febrero de 1898[8] para que
conociera al opulento hispanista norteamericano Mr. Archer Milton Huntington[9],
que por aquel tiempo practicaba excavaciones en terrenos próximos al anfiteatro
de Itálica. Y era de contemplar, por cierto, al que había de ser fundador en
1904 de la hoy tan renombrada “Hispanic Society of America”[10], porque
le sorprendimos en mangas de camisa, pintadas de yeso las amplias manazas,
correspondientes a su gigantesca estatura (1,99 cm .), ocupado en unir
y pegar cuidadosamente los trozos de un bello mosaico hallado el día anterior.
Pocos años después, el señor Engel
dábame una noticia, que me interesó doblemente, como aficionado a la
arqueología y como nacido en Osuna y amante de su historia. Por comisión del
Gobierno de Francia, él y un docto hispanista, miembro de la Escuela Francesa de Atenas, y
muy experto conocedor del arte ibérico, iban a emprender de allí a poco, en las
afueras de mi villa natal, antiguo emplazamiento de la “Urso” prerromana, unas
prolijas excavaciones en busca de objetos de aquel vernáculo y curiosísimo
arte, de que años atrás se habían hallado preciadas reliquias en el Cerro de
los Santos, y del cual era y es peregrina muestra la bellísima escultura
universalmente conocida con el nombre de la “Dama de Elche”, gala y ornato,
pese a la indolencia española, del gran Museo del Louvre[11].
Díjome aún más el señor Engel: que
su compañero, Pierre Paris, que a la sazón pasaba apenas de los cuarenta años[12],
y era miembro correspondiente del Instituto de Francia, ya tenía larga y lucida
historia en materia de arqueología, pues en 1884, cuando frisaba con los
veinticinco, por encargo del Gobierno francés había practicado excavaciones en
el templo de Apolo, de la isla de Delos, y en Elatea al año siguiente, trabajos
de los cuales trató con mucho lucimiento en su libro titulado “La sculpture
antique”; pero que, aplicándose después con preferencia a estudiar el arte
ibérico, tanto había progresado en esta difícil empresa, viajando
frecuentemente por España desde el año 1897, que había escrito una extensa obra
acerca de ella, y presentádola al concurso Martorell[13], donde
acababa de obtener el premio, consistente en veinte mil pesetas.
Esto me dijo el señor Engel, y, en
efecto, en 1903 y 1904 salió a la luz en París ese magistral estudio, que ocupa
dos volúmenes en cuarto, titulados “Essai sur l’Art et l’Industrie de l’Espagne
primitive”, y es obra de capitalísima importancia, sin cuya consulta no se
pueden visitar con provecho ni la sala tercera del Museo Arqueológico Nacional
de Madrid, ni las del Museo del Louvre, en que se custodian muchedumbres de
piezas de arte ibérico.
Aunque mis tareas, y aun cierta
enfermedad incipiente que al cabo requirió una grave operación quirúrgica[14],
me obligaban a no faltar de Sevilla, tardé poco tiempo en darme el gusto de
visitar en Osuna al señor Engel y de conocer al señor Paris. No he de bosquejar
el relato moral del ilustre arqueólogo a quien se dedica esta velada. Todos o
los más de vosotros lo tratásteis [sic], y, como suele decirse, os lo sabéis de
memoria. Agilísimo de entendimiento, lógico y maduro en el raciocinio, diserto
en el hablar, suavemente irónico cuando la ocasión lo pedía, y franco y
afectuoso en el trato, hacíase muy agradable el conversar con él. Porque Paris,
amén de todo esto, distaba mucho de ser uno de esos “hombres de un solo libro”
de quienes las letras divinas y las humanas aconsejan que nos guardemos; antes
al contrario, podía hablar y hablaba de todo lucidamente, por ser amplia y nada
superficial su cultura.
Con entrambos ilustres arqueólogos
visité los lugares de las excavaciones y admiré las peregrinas piezas de
escultura que ya había empezado a desenterrar pocos años antes Fernando Gómez,
un muchacho osunés muy simpático y dispuesto[15], que les
servía de capataz; y al visitar de nuevo aquellos sitios, la Pileta , el solar del tío
Blanqué, donde se encontraron los famosos bronces de Osuna, y el garrotal de
Postigo, con la tierra lindera, comprada por Engel, mina exuberante de
reliquias ibéricas, recordaba yo, no sin emoción enternecedora, aquel tiempo
remoto en que, siendo estudiantillo del bachillerato[16], solía
irme allá con otros de mi calaña, desde el vetusto edificio universitario del
Conde de Ureña, a buscar lo que llamábamos “ochavos romanos”, monedillas
comúnmente del bajo [sic] Imperio, de Graciano, Arcadio u Honorio, las cuales,
después de una lluvia torrencial, recién lavadas por el agua del cielo, se nos
venían a los ojos por su pátina reluciente, al brillar al sol.
En una de aquellas pláticas tratamos
de mi primer galardón obtenido de la Academia Española[17], el cual,
naturalmente, me tenía muy ufano. No lo estaba menos Pierre Paris por su gran
premio Martorell; y M. Engel, el renombrado autor del “Repertoire des sources
imprimées de la Numismatique française”, sonreíase bondadosamente de nuestra
ufanía y alegrábase de vernos alegres. De aquellas entrevistas conservo, además
de estas gratas memorias, dos objetos materiales que estimo en mucho: una
hermosa moneda de oro de Vespasiano que me regaló Engel, y el interesante y docto libro que éste y M. Paris titularon
“Une forteresse ibérique a [sic] Osuna”, y que vino a mi poder con cariñosa
dedicatoria apenas salió a [sic] luz.
Algunos años después, al mismo
tiempo que veían la luz pública sus “Promenades archéologiques en Espagne”[18],
M. Paris, catedrático de la Universidad de Burdeos, trasladábase a la corte de
España, nombrado director de la Escuela de Estudios Superiores Hispánicos,
fundada por aquella Universidad como una sección del Instituto Francés de
Madrid, cargo que, cual los otros a que llegó, de director del dicho Instituto
y de la Casa de Velázquez, cuya fundación debió tanto a su actividad, fué
desempeñado a entera satisfacción de franceses y españoles, por sus notables
dotes de inteligencia, discreción, iniciativa y cuidadoso celo. Mas nuestro
trato en Madrid, con ser algo frecuente y muy afectuoso, no fué sino sombra de
aquel otro de las dos o tres entrevistas ursaonenses. Y bien se explica por
qué: entrambos ejercíamos importantes cargos que nos ocupaban y nos
preocupaban; y además, había nevado mucho sobre nuestras cabezas, y algo, no
poco, sobre nuestros corazones. Como sucedió a Carlos V en Yuste, cuando le
llevaron unas perdices de ciertos montes lejanos, de las cuales recordaba que le
habían sabido bien en otras calendas, y ahora le parecieron insubstanciales y
desabridas, tampoco para nosotros volvieron a ser las pláticas tan sabrosas
como de antes [sic]. Las perdices del Emperador, con serle traídas desde tan
lejos, eran las mismas que veinte años atrás; su paladar, empero, aún
permaneciendo dentro de su boca, era harto diferente. Así nos sucedió a
nosotros. La vida sería un licor sumamente agradable, si con él, a menudo, no
anduviesen revueltos sus posos, más amargos que la hiel.
Murió nuestro amigo; pero, como el
vate de Venusa[19],
pudo pensar “Non omnis moriar”[20],
cuando de súbito se encontró entre las férreas manos de la Parca. Fuera del alma, que,
como inmortal, ha vuelto a su Creador, el señor Paris continúa viviendo entre
nosotros. Vive en nuestro piadoso recuerdo, y vive y vivirá perdurablemente en
los admirables libros que debemos a su privilegiada inteligencia y a su fecundo
amor al trabajo.
Francisco
Rodríguez Marín
De
las Academias Española y de la
Historia »
[1] Se ha revisado y
mejorado, en la medida de lo posible, la expresión de la introducción y las
notas. Los añadidos de contenido actuales, de 2016, aparecen entre corchetes
dobles.
[2] Autor español especializado en temas madrileños, un
“madrileñista” según el término que le adjudica Mariano Sánchez de Palacios.
Fue también un influyente crítico teatral; sus textos veían la luz
principalmente en la publicación madrileña La
Época. En el artículo necrológico que le dedica J. Ortiz de Pinedo (ABC, 5 de febrero de 1956, p. 70),
podemos leer: “Hombre de biblioteca, de Ateneo y de Academia, que discurrió
acerca del “Quijote”, del cristianismo en la
Edad Media , de las humanidades en su
aspecto iberoamericano, de las comedias de Lope como Historia de España, del
teatro como escuela y enseñanza; que trazó la siluetas de las princesas de
Francia en el trono hispánico, de San Isidoro y la Emperatriz Eugenia ,
y las biografías, tan documentadas, de “La Época”, el barrio de Salamanca y el
Ateneo madrileño”. Habría que añadir que fue también estudioso y admirador de
las obras de Juan Valera y de Emilia Pardo Bazán. No hemos localizado su nombre
entre los miembros de la Real Academia
Española. Rodríguez Marín ocupó el
sillón “g” desde 1907 hasta su fallecimiento (1943).
[3] Se refiere al sábado 14 de mayo.
[4] El Paleto. Periódico de
Agricultura y de intereses generales, nº 1326, 20-5-1932, p. 2; Osuna
(Sevilla), dirigido y editado por Manuel Ledesma Vidal. Según se lee en el
mismo lugar, la conferencia había sido publicada en La Época (Madrid) alguno de los días comprendidos entre el 14 y el
20.
[5] Tras escribir esta pequeña introducción, he tenido conocimiento
de la existencia de un artículo anterior a éste que incluye íntegro el texto de
Rodríguez Marín aunque, por desgracia para la divulgación de la obra de don
Francisco, aún permanece inédito. Se trata de RUIZ CECILIA, José Ildefonso,
“Rodríguez Marín y la arqueología”, I
Congreso Internacional Interuniversitario Rodríguez Marín y el Quijote: una
revisión de su Época y Obra, ciento cincuenta años después, celebrado en
Osuna en noviembre de 2005.
[6] Como ya conocen los admiradores del gran polígrafo ursaonés, don
Francisco perdió la voz, de la que sólo le quedó un hilo apenas audible, como
consecuencia de las intervenciones quirúrgicas a las que fue sometido a lo
largo de los años 1903 y 1904. Para conocer con más detalle la naturaleza y el
proceso de su dolencia, léase RAYEGO GUTIÉRREZ, Joaquín, Vida y personalidad de D. Francisco Rodríguez Marín “Bachiller de
Osuna”, Sevilla, Servicio de Archivo y publicaciones de la Diputación de Sevilla,
2002; pp. 126-151. También resulta ilustrativa la lectura de FERNÁNDEZ MARTÍN,
Juan, Biografía y epistolario íntimo de
don Francisco Rodríguez Marín, Madrid, Escelicer, 1952; p. 119 y ss.
[7] La actividad a la que Rodríguez Marín llama “afición” ya había
producido uno de sus trabajos fundamentales, aquel, “copiosísimo y celebérrimo”
según Baltanás, titulado Cantos Populares
Españoles (Sevilla, Francisco Álvarez ed., 1882-1883; 5 tomos). Existe una
edición muy reciente, a cargo de Enrique Baltanás, publicada en el año 2005 en
Sevilla por la Editorial Renacimiento.
[8] La excursión a Santiponce la realizó Rodríguez Marín el día 13 de
febrero. En su artículo “El fundador de la Sociedad Hispánica
de América”, en ABC del 8 de agosto
de 1907, p. 4, describe el encuentro con Huntington en muy parecidos términos y
proporciona datos de interés sobre el asunto de la biblioteca del marqués de
Jerez de los Caballeros.
[9] En 1898 Huntington tenía 28 años pero llevaba coleccionando y
estudiando objetos de procedencia hispana desde 1885. Heredero de una de las
mayores fortunas de los EE UU, dedicó su potencial económico a desarrollar una
fuerte vocación cultural, gracias a la cual pudo reunir miles de piezas que de
otra manera se hubieran dispersado o hubieran desparecido. De todas formas, sus
adquisiciones siempre despertaron polémica en España, sobre todo en los años de
transición del siglo XIX al XX. Una de ellas fue la biblioteca del marqués de
Jerez de los Caballeros, transacción comercial que disgustó enormemente a
Rodríguez Marín: “Yo no me consolaré nunca de esta desgracia. Más amaba yo esos
libros que su dueño. Pobre soy, y nunca los hubiera vendido por dineros
ningunos [sic]. ¡Más daño nos ha hecho mister Huntington solo que todos sus
paisanos!”. (Carta de Rodríguez Marín a Menéndez y Pelayo fechada el 15 de
enero de 1902, publicada en FERNÁNDEZ MARTÍN, Juan, Ob. cit, pp. 118 y 119). El contenido de esta carta, dicho sea de
paso, entra en clara contradicción con la afirmación de Rayego según la cual
Rodríguez Marín “jugó [un papel fundamental] en la transacción como abogado
representante de Mr. Huntington.” (RAYEGO GUTIÉRREZ, Ob. cit., p. 130). En cuanto a la opinión que Rodríguez Marín tenía
de Huntington, cambió mucho a lo largo de los años; véase al respecto el
artículo citado en la nota precedente.
[10] Para tener una idea de la consideración que en los años treinta
tenía en España la fundación de Huntington, léase SÁNCHEZ CANTÓN, F. J., “Una
provincia espiritual de España. (La Hispanic
Society en Nueva York)”, en ABC del 1 de marzo de 1931; pp. 23-25. En este artículo se menciona
le edición facsimilar de los “ejemplares únicos o muy raros” contenidos en la
biblioteca del marqués de Jerez de los Caballeros (Ibid., p. 23), edición que vino a compensar a los estudiosos
españoles por la lejanía en la que se encontraba la biblioteca desde su
traslado a los Estados Unidos.
[11] Como ya sabe el lector, la Dama de Elche, descubierta en agosto
de 1897 y adquirida el mismo mes y año por Pierre Paris para el Museo del
Louvre, volvería a nuestro país en 1941, junto a la mayor parte de los relieves
encontrados en Osuna durante la misión arqueológica francesa de 1903. Sobre
este particular, consúltese GARCÍA BELLIDO, A., La Dama de Elche y el Conjunto de Piezas
Escultóricas reingresadas en España en 1941, CSIC Instituto Diego de
Velázquez, Madrid, 1943.
[12] Pierre Paris había nacido en 1859; era, por tanto, cuatro años
más joven que Rodríguez Marín.
[13] Se trata de un premio creado por Francisco Martorell y Peña, del
cual, cierta obra de consulta, nos dicta lo siguiente: “Arqueólogo y
naturalista español, n. y m. en Barcelona (1822-1878). En 1868 examinó y
estudió los monumentos megalíticos, las acrópolis y las sepulturas olerdulanas
de las islas Baleares con tal escrupulosidad que, según Sanpere y Miquel, nadie
antes ni después lo ha hecho igual. Reunió, además, una magnífica colección de
arqueología y de historia natural que á su muerte legó a la ciudad de
Barcelona, habiendo servido de fundamento para el establecimiento del Museo de
su nombre. Dejó, además, un capital de 125.000 pesetas para con su renta
instituir un premio quinquenal de 20.000 pesetas para la mejor obra original de
arqueología española. Sus escritos fueron coleccionados por el citado Sanpere y
Miquel con el título de Apuntes
arqueológicos (Barcelona, 1879)”. (Cita de la Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo Americana, Barcelona,
Hijos de J. Espasa, Editores, s./a.; t. XXXIII, p. 594). En
fr.wikipedia.org/wiki/Prix_Martorell puede encontrarse algo más de información
sobre Martorell y su premio, el cual ha seguido otorgándose, al menos, hasta 1962. A Paris le fue
concedido en 1902.
[14] La operación a la que se refiere le fue practicada por el Dr.
Juan Cisneros el 11 de julio de 1904 en el Sanatorio de Santa Teresa de Madrid.
(RAYEGO GUTIÉRREZ, J., Ob. cit., p.
149).
[15]
Obviamente, se refiere a Fernando Gómez Guisado. Como puede verse en la
siguiente cita, su relación con los arqueólogos franceses estaba basada en un
interés material, algo, por otra parte, perfectamente legítimo, lógico y
humano: "Après avoir vu les sculptures réunies par un artisan du village,
Fernándo Gómez Guisado, il [Engel] envisage de fouiller le site dès le
printemps 1902. En août de la même année un premier achat est effectué par le
Louvre. Et en février 1903, pour assurer le négoce de statues, Engel acquiert un terrain à l’est du rempart,
tout en fouillant aussi une parcelle située à l’ouest du mur. La fouille et les
envois ont lieu entre février et novembre 1903. [...] L’organisation de la
fouille est fondée sur l’achat de pièces par le musée du Louvre. Le Conseil des
Musées vote des sommes pour les acquisitions hispaniques. La première opération
concerne les blocs sculptés trouvés par Fernándo Gómez Guisado, puis se
succèdent les envois payés à Engel; Fernándo reçoit alors la moitié de l’argent
versé, l’autre moitié servant à Engel à rembourser l’achat du terrain." (Pasajes del texto de Pierre Rouillard incluido en la
publicación que, en el momento de redactar estas líneas, está preparando la
Asociación Amigos de los Museos de Osuna sobre los álbumes fotográficos de la
misión arqueológica francesa de 1903 en Osuna.) [[Se trata de RUIZ CECILIA, J.
I., y MORET, P. (eds.), Osuna retratada.
Memoria fotográfica de la misión arqueológica francesa de 1903, Asociación
de los Amigos de los Museos de Osuna, 2009]]
[16] Periodo de la vida de Rodríguez Marín comprendido entre octubre
de 1864 y agosto de 1869. (Ibid., pp.
22-24).
[17] El premio, consistente en 2.500 pesetas y medalla de oro (Ibid., p. 125), le fue concedido en mayo
de 1898 por su obra sobre Barahona de Soto (Ibid.,
p. 132).
[18] La publicación sobre los álbumes fotográficos de la misión arqueológica francesa de 1903 en Osuna, mencionada en la
nota 15, incluye una traducción de esta obra.
[19]
Se refiere al poeta latino Horacio, nacido en Venusia, hoy Venosa, población
situada a 374 km
al sureste de Roma, en la provincia de Potenza, región de la Basilicata. En
www.comune.venosa.pz.it se lee “Situata su di un
pianoro a 415 mt. sul livello del mare, a nord est della Basilicata, sorge la
bella e antica città di Venosa ( ab.12.199 – sup.17 Kmq ), con una popolazione
attiva equamente distribuita nei settori dell’agricoltura, industria,
commercio, servizi e pubblica amministrazione. La città , abitata fin da epoca
preistorica, ha la caratteristica di esibire, concentrato in un piccolo spazio,
un raro e composito patrimonio di storia e civiltà, di arte, cultura e
religione. Patria di illustri uomini tra cui spicca il grande poeta latino
Quinto Orazio Flacco ( 65 a .C.
– Roma, 8 a .C.
). Sede dal 1991 del Museo Archeologico Nazionale e dal 1997 del Centro di Alti
Studi Oraziani. E’ tra i maggiori centri turistici dell’Italia Meridionale.”
[20] Se trata de una frase incluida en la Odas de Horacio, exactamente en el libro 3º, oda 30, verso n.6. He
aquí el texto completo:
Exegi
monumentum aere perennius
regalique situ pyramidum altius,
quod non imber edax, non Aquilo impotens
possit diruere aut innumerabilis
annorum series et fuga temporum.
Non omnis moriar multaque pars mei
uitabit Libitinam. Vsque ego postera
crescam laude recens, dum Capitolium
scandet cum tacita uirgine pontifex.
Dicar, qua uiolens obstrepit Aufidus
et qua pauper aquae Daunus agrestium
regnauit populorum, ex humili potens
princeps Aeolium carmen ad Italos
deduxisse modos. Sume superbiam
quaesitam meritis et mihi Delphica
lauro cinge uolens, Melpomene, comam.
regalique situ pyramidum altius,
quod non imber edax, non Aquilo impotens
possit diruere aut innumerabilis
annorum series et fuga temporum.
Non omnis moriar multaque pars mei
uitabit Libitinam. Vsque ego postera
crescam laude recens, dum Capitolium
scandet cum tacita uirgine pontifex.
Dicar, qua uiolens obstrepit Aufidus
et qua pauper aquae Daunus agrestium
regnauit populorum, ex humili potens
princeps Aeolium carmen ad Italos
deduxisse modos. Sume superbiam
quaesitam meritis et mihi Delphica
lauro cinge uolens, Melpomene, comam.
Esta locución latina, que puede traducirse como ‘no
moriré del todo’, se ha convertido en un tópico literario que nos habla de la
inmortalidad que proporciona la obra literaria y, en general, la producción
artística. En cuanto a la traducción del poema, he aquí la del asturiano Víctor
Botas, incluida en su obra Segunda mano:
‘Levanté un monumento más perenne que el bronce, / y más alto que esas
faraónicas / pirámides gastadas, que ni las inclemencias / ni la incesante fuga
de los años / lograrán destruir. No moriré / del todo, y buena parte / de mí
burlará a Labitina; siempre joven, / siempre renovado, crecerá / mi fama en los
que vengan, mientras sigan / la
Vestal sigilosa y el Pontífice / subiendo al Capitolio. Y
correrá / mi nombre del Aufido / a los reinos de Dauno, porque no / en vano fui
el primero –pese a mi humilde origen– / que manejó las formas de la Eolia / en la lengua latina.
/ Que Melpóneme acepte / la merecida gloria y de buen grado / corone mi cabeza
con laureles.’
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