Estatua de Cocha Espina
en Mazcuerras
(blogforamontanos.2011)
ESPINA, Concha, La
niña de Luzmela, Madrid, Aguilar, 1949.
Interesado en la historia de la
Literatura Española, no podía dejar de leer alguna obra de Concha Espina, autora cuyo nombre me suena desde pequeño pero nunca había leído. La niña de Luzmela (1909) fue una de sus
primeras novelas, si no la primera —escribió más de cuarenta—, y quizá la más
conocida. Por medio de un narrador omnisciente clásico en tercera persona,
cuenta la triste historia de los primeros años de vida de una niña, hija
natural de un propietario del interior de Cantabria. Casi una hagiografía, la
narración se centra, sobre todo, en analizar —la novela tiene algo de
sicológica—, la tendencia al sacrificio de la niña, que tiene como libro de
cabecera nada menos que La imitación de
Cristo, el librito conocido como el Kempis
por su autor, Tomás de Kempis, una de las obras cuya lectura más ha contribuido
a lo largo de la historia a sobrellevar vidas desgraciadas forjando caracteres
sumisos y sacrificados. Para una persona de mente moderna, aconfesional,
simplemente intelectualizada —regida por valores éticos no religiosos—, todo
esto puede parecer una atrocidad, como le parece a algún hombre de ciencia que
aparece en la novela, pero ha sido una constante en las vidas de muchísimas
personas a lo largo de la historia, incluso de muchas de la España de
posguerra, de hace poco más de cuarenta años.
La
acción trascurre en Mazcuerras, la aldea donde nació Concha Espina (1869-1955) —y
donde fallecería otra escritora célebre, Josefina Aldecoa—, en una época que bien
puede situarse en la juventud de la misma Espina gracias a las alusiones que
contiene al andén de la estación de ferrocarril, «donde después de misa solía
pasear el señorío» (pág. 179). El nombre de la población, sin embargo, aparece
en la novela cambiado en Luzmela, mucho más eufónico.
En
cuanto al lenguaje de la obra, me han llamado la atención algunas palabras,
que paso a enumerar acompañadas de su definición. La mayoría aparece en el
DRAE.
Nétigua (pág.
74). Sust. propio de Cantabria: Lechuza.
Estuoso (p.
160). Adj. Caluroso, ardiente.
Asordado (p.
168). Adj. Ensordecido.
Aladar (p.
175). Sust. Cada uno de los mechones que caen sobre las sienes.
Desemblantado
(p. 225). Adj. Que tiene alterado el semblante.
Estridulante
(p. 230). Adj. Estridente, chirriante, rechinante.
Trépida (p.
231). Adj. Trémula, temblorosa.
Azarada (p.
235). Adj. Avergonzada.
Cambera (p.
255). Sust. propio de Cantabria. Camino de carros.
Expavecida
(p. 256). Adj. Atemorizada, espantada.
Lagotera (p.
258). Adj. Zalamera.
Arcaz (p.
267). Sust. Arca grande, arcón, baúl antiguo de madera sin forrar.
Encenso (p.
269). Adj. Encendido, ardiente. (No lo he localizado, pero por el contexto, «volcán encenso», parece ser este su significado. Sería una
evolución del p.p. del latín INCENDO).
Adumbración
(p. 324). Sust. Parte menos iluminada de una figura u objeto.
Para
acabar estos apuntes, destacar el interés que parece tener la autora por los
débiles, los desvalidos, aunque esa preocupación social no compense la
construcción maniquea de personajes y un conservadurismo quizá demasiado
explícito. Era otra época.
Es una sentida historia, preciosa y contada con emoción; siempre con palabras cántabras, tan bonitas. En lo particular, orgullo de ojos zarcos.
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