sábado, 22 de diciembre de 2018

Ágata ojo de gato


Mapa de Argónida

José Manuel Caballero Bonald, Ágata ojo de gato, Barcelona, Seix Barral, 2007.

         La lectura de esta novela se presenta desde las primeras líneas como una exploración en sí misma. El lector se ve obligado a abrirse paso por un territorio totalmente diferente. Aunque la lengua es conocida, su uso es nuevo, distinto a todos los demás. Es una sensación extraña, desazonadora al principio. Uno está ante un texto escrito por alguien poseedor de un nivel de exigencia artística en el uso de la lengua infinitamente superior al suyo. Avanza casi con miedo, en penumbra, abriéndose paso entre una maleza inextricable. Teme estar expuesto al riesgo de caer en una poza de agua helada y nauseabunda. Toca algo frío y viscoso y retira la mano asustado. Palabras que alguna vez ha oído pero de significado ignorado aparecen a cada paso: hornacho, breña, algaida, gamezno, lucio, breca, japuta… El castellano, pero en su variante andaluza —la más rica de todas desde el punto de vista léxico—, despliega ante el lector sus alas poderosas. Es un castellano solo comparable al usado por los autores hispanoamericanos, hijo del andaluz. Y ahí, en ese punto de encuentro entre Hispanoamérica y Andalucía, se encuentra Ágata ojo de gato. Pero no solo en el lenguaje.
           Esta genial novela de Caballero Bonald, escrita entre 1970 y 1974, resulta una adaptación a España de ciertos elementos argumentales, temáticos e imaginativos de la novela americana, desde Faulkner a García Márquez. Es una narración de hechos de personajes semilegendarios en escenarios inventados pero inspirados en lugares reales. En este caso se trata de las Marismas del Guadalquivir, bautizadas como Argónida, una tierra que Caballero Bonald debe conocer muy bien y de la que debe estar profundamente enamorado. El marco cronológico de los hechos contados puede deducirse de unos pocos hechos aislados, como la mención del primer automóvil, la llegada de la Guerra del 36 o la edad de Manuela —una posible recreación de Úrsula Iguarán y de tantas abuelas de carácter—, que al final de la novela, en un momento de lucidez alucinada, confiesa haber cumplido ya los cien años y recuerda haber tenido diecisiete cuando fue comprada por El Normando, el primer Lambert. Existe un personaje, Pedro, el hijo de Pedro Lambert, un niño, casi adolescente ya, cuyo año de nacimiento y, quizá, ciertas experiencias sexuales primerizas, parecen coincidentes, o inspirados, en los del autor. Lo digo con el único fundamento de la autenticidad con las que están descritas. En la novela aparece también la gran casa familiar, de proporciones y lujo extraordinarios, que acaba sufriendo un gran deterioro, elemento también muy propio de las novelas río. En cuanto al topónimo Argónida, parece inspirado en el nombre de un legendario rey tartesio, Argantonio, gobernante de una civilización que dejó Andalucía occidental y el sur de Portugal sembrados de restos pétreos, escriturarios e, incluso, áureos. Precisamente será un hallazgo de esta índole el que contribuya a mover la acción de la novela, en realidad poco importante en comparación con el hábitat marismeño. Este último, único, es el verdadero protagonista de la novela.

No hay comentarios:

Publicar un comentario