WOLFE,
Thomas, El ángel que nos mira,
Madrid, Valdemar, 2009; 733 págs. [Look
Homeward, Angel, 1929]. Prólogo de Maxwell E. Perkins. Traducción de José
Ferrer Aleu.
El prólogo titulado «Al lector»,
apenas tres párrafos (página 23), contiene varias afirmaciones de Thomas Wolfe (1900-1938)
que merecen ser conservadas:
«toda obra seria de ficción es autobiográfica»,
«un hombre debería revolver media biblioteca para escribir un solo libro»,
«el novelista puede tener que estudiar a la mitad de la gente
de una ciudad para crear un solo personaje de su novela».
El
ángel que nos mira cuenta la vida de los miembros de una familia norteamericana
en los últimos años del siglo XIX y las dos primeras décadas del XX. El
protagonista, nacido en 1900, es Eugene Gant, el pequeño de los hermanos. El
padre es una persona creativa, escultor —su mayor fuente de ingresos va a estar
en los monumentos funerarios—, y alcohólico. La madre es una apasionada de las
operaciones inmobiliarias, del dinero que produce más dinero. La familia vive
en un pueblo de Carolina del Norte escogido como lugar de veraneo por personas que buscan
el aire limpio de la sierra para curar sus pulmones. El padre, muy agresivo verbalmente
cuando está bebido, marcará el carácter de todos sus hijos, que van a ser
personas débiles, inestables y con un punto de locura. Eugene, de gran
sensibilidad e inteligencia naturales y al mismo tiempo autodestructivo, terriblemente
apasionado y falto de cariño —tanto el padre como la madre son incapaces de
expresar el amor que sienten por sus hijos—, consigue recibir una esmerada educación
intelectual. Lee a los clásicos, a los novelistas modernos, va a la
universidad, traduce del latín, del griego, aprende idiomas. Su ilusión es
conseguir salir de aquel pueblo. Al final realmente lo consigue, pero una vez
que lo hace no hará sino escribir sobre su vida, necesita contarla para acallar
los tremendos alaridos de sus demonios personales, que lo perseguirán siempre.
Sí, lo ha adivinado, lector. Todo es real, muy real. Eugene Gant es Thomas
Wolfe. La novela nos habla del proceso de maduración de un muchacho que, en un principio, reniega de sus apellidos para luego empezar a aceptar, y a querer, esa genética inevitable. Aprende a vivir.
Un
ángel que nos mira contiene la narración del sufrimiento de las personas
que construyeron los Estados Unidos, un país de geografía inabarcable y desconocidos
a menudo brutales, fríos y calculadores, necesitados de todos sus sentidos para
sobrevivir en una tierra hostil y muy competitiva. Thomas Wolfe, según todos
los indicios, fue como la flor que crece y brilla en el muladar, algo extraordinario
y de mucho mérito. Su salvación, lo único que dio sentido a su vida, fue
escribir. Y lo hizo en serio. Según Perkins, su descubridor, era capaz de
escribir diez mil palabras al día, algo inalcanzable para el resto de los
mortales.
Hay pasajes de la novela que
resultan abrumadores por su exuberancia descriptivo-narrativa, manifestaciones
de la necesidad de contar y de la prodigiosa memoria que tenía Wolfe. Otros resultan
de una ternura sobrehumana, extraordinaria, sobre todos aquellos que relatan su
relación con «su» novia, Laura James. La narración lo es en tercera persona
pero, en general, desde el punto de vista de Eugene. A veces, en pasajes de
especial dramatismo, se pasa sin avisar a la primera persona y su efecto es
brillantísimo, demoledor.
Ya estoy cansado (y he escrito solo
quinientas cincuenta y dos palabras). Procuraré que la siguiente lectura sea
más ligera.
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