HANDKE,
Peter, El miedo del portero al penalty,
Madrid, Alfaguara, 1979 (1º ed.); 151 págs. Traducción de Pilar
Fernández-Galiano. [Die Angst des Tormans
beim Elfmeter, 1970].
Se trata de una novela en la que el
asunto futbolístico es puramente anecdótico. La atribución de esta profesión al
protagonista tiene la utilidad de describirlo de manera indirecta como un
hombre fuerte, ágil y corpulento. El texto, obra del austriaco Peter Handke
(1942) —autor extraordinariamente prolífico—, está en la órbita de las novelas
de introspección y análisis de caracteres o psiques alteradas, carentes de lo
que conocemos como “cordura”. Josef Bloch, protagonista y personaje
principalísimo —sus acciones y percepciones copan el noventa y nueve por ciento
de las páginas—, resulta ser un hombre de carácter obsesivo, característica de
la que participa el narrador, omnisciente clásico en tercera persona pero
contagiado de una minuciosidad rayana en lo patológico, detención descriptiva
que tiene la virtud de transmitir al lector el tedio de la vida:
“La camarera fue detrás del mostrador. Bloch puso las manos encima de la mesa. La camarera se agachó y abrió la botella. Bloch apartó el cenicero. La camarera cogió al pasar un posavasos de otra mesa. Bloch echó la silla hacia atrás. La camarera sacó el vaso del cuello de la botella, puso el posavasos sobre la mesa, colocó el vaso encima del posavasos, vació la botella en el vaso, puso la botella en la mesa y se marchó”. (Pág. 46)
Y así, página tras página, en una sucesión de cuadros de
acciones, muchas veces vagamente conectados, casi independientes, pero siempre
descritos de esa manera. El protagonista sufre en su demencia, eso es evidente,
se reconoce víctima de un mundo cuyo devenir no está en su mano. En ese
aspecto, la novela está en la línea de obras como El extranjero de Camus, en las que el protagonista, víctima de la
existencia, actúa movido por una voluntad que no le pertenece.
En este caso, no obstante, existe una dolorosa conciencia de
la existencia, a veces muy explícita, como cuando el autor escribe: “Su
conciencia de sí mismo era tan fuerte, que le sobrevino una angustia mortal”
(pág. 96). Detrás de esta frase resuenan Kafka, Kierkegaard y otros autores que
han expresado o analizado el malestar del hombre abandonado a su suerte en una
vida sin sentido. Poco a poco, conforme avanza la novela, la conducta de Bloch se hace más y más errática e ilógica:
“Bloch se levantó y se marchó de allí tan rápidamente que ni siquiera le dio tiempo a enderezarse del todo. Al cabo de un rato se detuvo y enseguida empezó a correr. Corría bastante deprisa. De repente se detuvo, cambió de dirección, siguió corriendo sin variar el ritmo, entonces cambió el paso otra vez, se detuvo, comenzó a retroceder, se dio una vuelta mientras retrocedía, siguió corriendo hacia adelante, de nuevo se dio media vuelta para retroceder, retrocedió, se dio una vuelta para seguir corriendo hacia delante, dio unas cuantas zancadas y comenzó a correr a toda velocidad, después se detuvo en seco, se sentó en una piedra al borde del camino y enseguida se levantó y siguió corriendo”. (Pág. 118).
Handke a principios de los ochenta
En la novela, que contiene alguna breve pincelada social, en
especial sobre la marginación del pueblo gitano, la descripción de las acciones
de la persona alterada en ningún momento denota irrisión o crueldad. El
protagonista, y los que lo rodean, aparecen sólo como víctimas de la alteración
de su estado. En última instancia, el estado mental de Bloch puede tener una
lectura general sobre la vida del hombre moderno, perdido en la masa de la gran
ciudad, falto de guía, de centro, privado del control de su vida, incapaz, en
definitiva, de dominar los nervios cuando tiene entre sus manos el cuerpo de una mujer, tan frágil y delicado como una figurita de cristal.
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