CHACEL,
Rosa, Barrio de Maravillas,
Barcelona, Círculo de Lectores, 1996; 271 páginas. Prólogo de Luis Antonio de
Villena.
Novela preciosa en el sentido recto de la palabra, digna de
admiración y aprecio. El libro, protagonizado por miembros de una cultivada clase media, cuenta los antecedentes familiares y los primeros años de vida de dos vecinitas del madrileño barrio de Malasaña, conocido hasta hace pocas décadas
por un nombre mucho más atractivo: barrio de Maravillas. La parte más
importante de la acción de la novela transcurre entre 1898 y el año de inicio
de la Gran Guerra. El primero, que coincide con el año de nacimiento de la
autora, es el momento en el que se inicia la segunda parte de la obra, mucho
más extensa que la primera, pues va de la página 75 a la 271, dejando bien
sentado qué le interesa transmitir a Chacel. La novela, autobiográfica, tiene
el gran valor de haber sido terminada cuando la autora vuelve a España desde el
exilio, a mediados de los años setenta. Rosa Chacel (1898-1994) era en ese
momento, según los que la conocieron, una persona mayor de edad pero con la
vitalidad y sus capacidades intactas, tanto que fue capaz de escribir una de
sus mejores novelas en el periodo que muchos conocen como vejez. El
reencuentro, después de casi cuarenta años, con su segunda ciudad --era vallisoletana-- y con la casa donde
vivió entre 1908 y 1911, entre los diez y los trece años, le inspira de tal
manera que se lanza a escribir una obra que recoge, obviamente adornados,
literaturizados, algunos de sus años de formación, aunque todos sabemos que en
el caso de las personas con capacidades excepcionales los años de formación son
todos. Chacel, hoy día muy olvidada, vaya usted a saber por qué —quizá no
interesen las personas tan inteligentes—, escribió decenas de libros (poesía,
novela, ensayo) y tradujo a autores imprescindibles (Racine, Camus, Cocteau,
etc.). Uno, que nació en 1961, lamenta no haberlo hecho unos cuantos años antes
para haber vivido de manera más consciente, más lucida, más analítica, aquellos
años de la transición y el enriquecimiento que para la cultura española supuso
la vuelta de tantos exiliados. Autora ineludible —amiga de Juan Ramón, de
Ortega, de Altolaguirre, viajera incansable—, debía ser leída por todos los que
disfrutan leyendo a escritoras, pues tienen unas capacidades de análisis y
descripción de sentimientos y acciones delicadas que no tienen los hombres. Eso
es así. No somos iguales. Las mujeres tienen unas facultades relacionadas con la inteligencia emocional que no tenemos los hombres, de ahí sus mayores sutilezas, su tendencia al matiz, a no despreciar nada.
(lecturassumergidas.com)
El mundo de las protagonistas,
Isabel y Elena, es un mundo en el que existen hombres pero en el que destaca
sobre todo la presencia femenina, mundo de confidencias e interiores desde los
cuales atisban la que se les va a venir encima cuando se hagan mayores. Los
muchachos de su edad, en su mayoría, juegan en otra liga, son como de otro
mundo, no las entienden, y ellas tampoco echan mucho de menos una mayor
comunicación con ellos, sobre todo cuando lo que mueve al muchacho en cuestión
es una mera atracción sexual; es el caso, por ejemplo, de Luis, el muchacho de
la farmacia de abajo, que tiene frita a Isabel con su torpe cortejo. La novela
está llena de insinuaciones como esta, un toque de atención para los lectores
masculinos insensibles, carentes de empatía, incapaces de notar la incomodidad
de la mayoría de las mujeres cuando perciben esas típicas conductas masculinas.
Otro importante atractivo de la
novela es la mención, y en algunos casos descripción, de personajes del mundo
de la cultura madrileña, sobre todo del poeta Emilio Carrere, que aparece
retratado con penetración y evidente cariño:
«Aparece, al fin, el bohemio… Viene a buen paso, sin prisa. Embozado en su capa, no por el frío, sino por el negligente acorazamiento que da el embozo, por el autoabrazo en que el embozado se aísla, se afirma, se acompaña… Suave contacto de terciopelo en la mejilla y pantalla o muralla en la que el aliento se detiene y devuelve su calor a la cara. El bohemio pasa, las chicas le miran temerosas, indiscretas: casi se paran, querrían detenerle o volver atrás para encontrarle otra vez y ver mejor los detalles que se le escaparon.
—Es feo, para qué vamos a negarlo.
—Yo no os dije que fuese guapo. Tiene carácter, se diferencia de cualquiera de los tipos que andan por ahí». (Págs. 186 y 187).
En cuanto a las técnicas narrativas,
la novela cuenta con varios tipos de narradores: en primera persona (Isabel,
doña Laura, Elena, etc…), omnisciente clásico en tercera persona y pasajes
monologales en los que asoma la corriente de conciencia en algunos periodos de
difícil comprensión por el abuso de la hipotaxis, un reflejo de la
manera en la que corre nuestra consciencia, a veces caótica, muy ramificada y de difícil comprensión. En
definitiva, un monumento de novela. Imprescindible.
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