(Imagen tomada de fromoldbooks.org)
El 28 de enero de 1830, poco antes de la vuelta de Anglona del exilio,
había fallecido en Madrid su cuñada María Francisca de Beaufort y Toledo, viuda
del X duque de Osuna; sus restos fueron trasladados al Panteón Ducal de la Colegiata ursaonense en 1849,
cuando ya era duque de Osuna el célebre Mariano Téllez Girón y Beaufort, segundo
de los hijos de esta señora.
María Francisca había nacido en París en 1785, quizá en alguna de las
residencias que el duque del Infantado tenía en aquella ciudad y en sus alrededores,
como la de rue Saint-Florentin, junto a la Plaza de la Concordia —inmueble que actualmente [marzo de
2007] alberga la embajada de Estados Unidos—, o la de Issy, población de los
alrededores de la capital abundante en lujosas fincas de recreo (L.-V. Thiéry, Le Voyageur à Paris; París, 1790; págs.
57-59 y 68). Era la primogénita del matrimonio formado por dos miembros de la
más alta nobleza europea: Federico Augusto (1751-1817), duque de
Beaufort-Spontin, conde de Beauraing, gobernador general de Bélgica por los Soberanos Aliados en 1814, etc. etc., y María de los Dolores Toledo y Salm-Salm (1760-1792), hija del XII
duque del Infantado. El matrimonio en 1802 de
María Francisca con Francisco de Borja, hermano mayor de Anglona y, como tal,
heredero de la Casa
de Osuna, hará posible, tras la muerte del XIII duque del Infantado (1841), la
unión de las dos casas en la persona de su primogénito, Pedro de Alcántara
Téllez Girón y Beaufort.
Los títulos de esta categoría nunca iban solos y, en este caso, ser duque
del Infantado implicaba, entre otros muchos, ser también marqués de Santillana,
distinción de gran significado cultural debido a la biblioteca iniciada por el
primero de sus titulares, Íñigo López de Mendoza (1398-1458), el conocido poeta.
Además, dicha biblioteca se unía ahora a otras también notables, como las
iniciadas por Alfonso de Pimentel (+1461), III conde de Benavente, y por Gaspar
Téllez Girón (1625-1694), V duque de Osuna. La ruina de la Casa sufrida tras la muerte
de Mariano (1882) no provocó la dispersión de su archivo, pero, según Javier
Ignacio Martínez del Barrio y Mario Schiff, no ocurrió así con la biblioteca, que
sirvió para enriquecer fondos de instituciones culturales de todo el país,
incluida, por supuesto, la Biblioteca Nacional. La ducal era de tal
envergadura que su compra por parte del Ministerio de Instrucción Pública tuvo
que ser aprobada en 1884 por el Congreso de los Diputados (M. Schiff, La bibliothèque du marquis de Santillane,
París, 1905; pág. XI).
Gracias al Catálogo abreviado de
los Manuscritos de la
Biblioteca del excmo. señor Duque de Osuna e Infantado hecho
por el conservador de ella don José María Rocamora (Madrid, 1882), sabemos el
número de ejemplares que contenía tras la unión de las dos casas, alrededor de mil
quinientos, algunos de la Alta Edad
Media y muchos de ellos redactados en griego, latín, árabe o hebreo. Podrían destacarse:
una copia de los Diarios de Viaje de
Colón de puño y letra de fray Bartolomé de las Casas; una copia del siglo XV
[sic] del Testamento de Fernando V
llamado el Católico; obras de teatro autógrafas de Lope de Vega y Calderón
(quince y ocho, respectivamente); y, por último, cartas, también autógrafas, de
don Juan de Austria, Lope de Vega, Felipe IV, Floridablanca, Olavide, Luís XIV,
Goya, etc. etc.
Sin embargo, es más difícil determinar los libros que componían la
biblioteca debido a la dispersión que sufrieron y a la inexistencia, o al
desconocimiento por mi parte, de su catálogo correspondiente. Dos de los
directores anteriores a la unión de Osuna e Infantado, Manuel de Uriarte y
Diego Clemencín —el preceptor de Anglona, como recordarán—, realizaron informes
no exhaustivos sobre su contenido, aunque aún no he tenido acceso a ellos. No
obstante, he podido consultar un Project de bibliothéque dressé d'après les
notes remises par S.E. Madame la
Duchesse d'Ossuna (Biblioteca Nacional; sign. Mss/11140).
Se trata de un
manuscrito de más de 80 folios en el que se relacionan y valoran los libros de
más interés desde el punto de vista del bibliófilo; es anónimo y tampoco está
fechado, aunque parece ser resultado de una petición hecha en la segunda mitad
del siglo XIX por la esposa de Mariano, más preocupada que su marido por la
economía. No sabemos hasta qué punto es representativa esta relación de sólo seis
mil quinientos títulos —Martínez del Barrio da la cifra de treinta y cinco mil
para la biblioteca pública que los duques abrieron en la calle Leganitos en el
siglo XVIII— pero, desde luego, llama mucho la atención su modernidad si atendemos
al reparto del número de ejemplares por géneros: sólo siete libros “Sagrados y
de sermones” frente a tres mil ciento sesenta y cinco de “Creación literaria”, dos
mil dos de los cuales son novelas, circunstancia que nos recuerda que las
prohibiciones —recuerde el lector que la
novela a menudo fue considerada una lectura peligrosa, poco edificante, y sus
especímenes solían estar incluidas en los índices de libros prohibidos—, como cualquier
ley o reglamento, siempre han sido fáciles de conculcar por los poderosos. Así
mismo, nos recuerda cómo la alta cultura siempre ha estado al alcance de unos
pocos, y más en los países del sur de Europa, donde la lectura, y su hija la
escritura, han sido consideradas desde la Contrarreforma, y hasta casi hoy día,
actividades sospechosas y poco recomendables para llevar una vida acorde con los
principios de la comunidad. Por consiguiente, a la vista del contenido de la
biblioteca de la casa de Osuna, podemos suponer que sus miembros ilustrados,
como María Josefa, la condesa-duquesa de Benavente, la madre de Anglona, fueron
realmente personas de una rica, variada y profunda cultura. Las diferencias en aquella sociedad eran, para nosotros, habitantes de la España del siglo XXI, inimaginables.
(Continuará).
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