Autorretrato, 1994 (museoramongaya.es)
Ramón
Gaya, Naturalidad del arte (y
artificialidad de la crítica), Valencia, Pre-textos, 2001, 58 páginas.
Se
trata de un ensayo redactado por el autor murciano en Roma en 1975 y editado en
España en 1996; ignoro si había sido editado antes.
He disfrutado
con esta lectura, apenas sesenta páginas, como un niño en una feria. Don Ramón Gaya, le
pongo el don aunque dudo que a él le gustara, demuestra en este texto una
penetración realmente admirable, capaz de dar forma a las intuiciones que
alguna vez hemos tenido los demás, simples mortales. El texto, escrito con una
prosa cuidada, muy rítmica, da a los críticos de arte un rapapolvo con el que
se puede disfrutar muchísimo. No es mi intención hablar desde un punto de vista
personal sobre el asunto pero, la verdad, no me queda otra.
Desde que tengo memoria, manos
y ojos he dedicado parte de mi tiempo a intentar expresarme y he admirado a los
que también lo hacen por pura necesidad. Es como si tuvieran dentro un ente,
invisible por supuesto, poseedor de una fuerza infinitamente mayor que la suya que les obliga a dar forma a algo. Son simples vehículos de esa
potencia casi sobrenatural. Esta es una idea muy antigua, relacionada desde
hace milenios con la inspiración y el mundo de las musas. Gaya va mucho más
allá y menciona al creador como vehículo involuntario de esa fuerza, elegido
por ella entre el resto de personas, todos creadores potenciales. Todos menos
los críticos.
Siempre que creamos algo hay
alguien más o menos cerca de nosotros que le pone un pero, que lo analiza, lo
pesa, lo mide, que intenta explicarlo, que le busca defectos, etiquetas, que lo
encasilla. Algunas de esas personas llegan a encontrar en la actividad crítica su
forma de vida y se convierten en personajes poderosos porque hay muchos que
siguen sus opiniones, que los leen, que los escuchan. En realidad los críticos son
seres ridículos, en el fondo creadores frustrados, que descargan en los
creadores, criaturas aladas que no pisan el suelo por el que pasan de tan
etéreas y a veces débiles, la malignidad generada por esa frustración. Bien. No
es de recibo, suena petulante, que yo me considere incluido en el grupo de los
elegidos, de los creadores, pero de hecho es lo que hago desde siempre. Y
conste que soy consciente de que me comporto un poco como crítico cuando
escribo estos comentarios sobre lecturas pero poseo una faceta creadora mucho
más fuerte que esta, la de escritor de obras de ficción, de la que me siento
mucho más orgulloso. Gaya, por cierto —debo puntualizarlo—, no centra el
análisis del libro tanto sobre el crítico como sobre la Crítica, sobre la
existencia misma de una actividad que según él ya nace hueca y alejada del
genuino proceso creativo. El crítico es una persona que se declara entendido,
que dice entender, pero resulta
incapaz de comprender. Su mismo afán
de analizar, de juzgar, le impide un verdadero disfrute de la obra de arte.
Ramón Gaya considera los tratados de historia del arte mamotretos ilegibles que se producen por acumulación y a los
que nadie parece capaz de replicar (él sí lo hace, claro). Así, le parece que
sobran en ellos las obras de Poussin o dos famosísimas obras de Manet —Olimpia y Le déjeuner sur l’herbe—, «obras cumbres de la mixtificación, de la
suplantación» (pág. 38). También reprocha, y ahí no puedo estar más de acuerdo
con él, la fama y la atención dedicada a obras como La venus de Milo y, sobre todo, la Gioconda, y la menor atención dedicada a otras de mayor mérito.
El texto posee mucha más
profundidad y muchas otros hallazgos que me dejo en el tintero. Y aunque me
comporte como un crítico, muy satisfecho en este caso, recomiendo
encarecidamente su lectura.
Que intresante, parece una obra de fiction su critical. Permit me compartirla. Muchas gracias.
ResponderEliminarDe nada. Para mí es un placer. Gracias a usted.
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