EÇA
DE QUEIRÓS, José Maria, El crimen del
padre Amaro. Escenas de la vida devota, Madrid, Siruela, 2011; 519 págs. [O crime do padre Amaro. Scenas da vida
devota, 1880]. Traducción de Carlos Manzano.
La sensibilidad y los gustos de cada
lector están formados por un cúmulo no cuantificable de influencias, pequeñas o
grandes impresiones que ha recibido a lo largo de su vida. Por eso no puede
haber dos lectores con los mismos gustos, ni con la misma capacidad de emocionarse
ante una misma creación artística.
Esto, que resulta obvio, viene muy
al caso. Estoy seguro de que muchos lectores muy jóvenes no van a disfrutar con
esta lectura. Y no lo digo como una crítica hacia ellos, ni tampoco como una
especie de infravaloración, o incluso desprecio, de su experiencia literaria.
Líbrenme todas las fuerzas que interactúan en mi vida de aparentar
siquiera que vaya a despreciar a nadie, y menos a una persona en formación, a cualquier
persona, quiero decir. La realidad es cambiante, y la actual, la que han vivido los españoles menores de treinta años, no tiene nada que ver con la que vivimos los que ya pasamos de los cincuenta, conocedores en nuestra juventud de una sociedad donde la Iglesia tenía una presencia mucho mayor. De ahí que a los lectores más jóvenes les pueda costar trabajo disfrutar de esta novela.
Este artículo va un poco de descubrimientos. Me recuerdo ahora mismo hace veinte o treinta años,
cuando leía a Saramago con fruición, seguro de estar leyendo lo más que se
podía leer en novela portuguesa. Amante de la trasgresión, como corresponde a
cualquier joven que se precie, encontraba un placer especial en beberme
aquellas páginas repletas de apasionadas historias de amor y justa crítica social, novelas escritas todas con una forma tan particular de puntuar la
frase que dotaba a la lectura de una fluidez que nunca había conocido. Ya no
eran experimentos que alguien hacía para conseguir escribir un texto de más de
doscientas páginas sin un punto y aparte o sin rayas de diálogo, es que todas
las novelas las escribía de esa manera fluida y audaz. Y sobre todo estaban su
capacidad de fabulación y la ternura con la que trataba a los personajes. Pues,
mira por dónde, los años y las lecturas me han llevado a conocer a José Maria
Eça de Queirós (1845-1900), otro autor portugués que merece toda mi atención y mi aprecio.
Tanto es así que en el último año he leído tres novelas suyas y otra escrita en
colaboración, todas muestras evidentes del genio que poseía Queirós para
entretener al lector haciéndole pensar. Estoy seguro de que sus novelas son
aquellas del género transformador, de las que consiguen que los lectores que
acaban el libro sean distintos de aquellos que empezaron a leerlo. Cuando lo
acaban son más pesimistas, y al mismo tiempo más sabios, mejores. Todas sus
novelas, y El crimen del padre Amaro
la primera, están escritas con una profunda preocupación por la situación de
Portugal, con el mismo afán regeneracionista que llevaría a Joaquín Costa o al
infortunado Ángel Ganivet a escribir sus libros sobre España. A finales del siglo XIX, España
y Portugal, países que un día habían sido grandes, se encontraban sumidos en una
tremenda apatía debido a la ignorancia y una ridícula autoestima de las clases
pudientes, que vivían de manera egoísta un clasismo desalentador para la
sensibilidad actual. Y dentro de las fuerzas que ayudaban a ese estado de cosas
se encontraba la Iglesia, o mejor dicho los sacerdotes, sobre todo el alto
clero, una clase privilegiada que iba a defender los derechos adquiridos frente
a los intentos de desposeerlos de ellos que provenían de las ideas socialistas,
que tanta pujanza iban a tener en países como Portugal y España, donde la
desigualdad, sobre todo en las regiones del sur, ha sido una constante histórica.
No resulta casual que Saramago novele el Alentejo, una región latifundista, ni
tampoco que Eça de Queirós viviera durante años en el extranjero, donde pudo
entrar en contacto con esas corrientes ideológicas de manera directa. Antes de
vivir fuera de Portugal Queirós ocupó cargos en la administración, entre
ellos el de administrador do concelho en Leiría, donde estuvo un año. Allí, una
capital de provincias marcada por la vida clerical, transcurre la acción de El crimen del padre Amaro, precisamente en
los años comprendidos entre 1864, año de la publicación del Syllabus, y 1871, fecha en la que acaba
la novela, que lo hace, por cierto, con una escena muy parecida a la última de «Los Maia». La novela El crimen del padre Amaro es trágica y
dolorosa, un escaparte en el que se muestran tanto la inocencia y la bondad
como el egoísmo y la crueldad más atroces, donde nada es lo que parece y la
religión es sólo un medio de vida y de control de las conciencias por medio de
la confesión. El celibato, algo realmente antinatural, es el verdadero protagonista de la novela. En una
sociedad dominada por una religión donde los representantes de dios puedan dar
salida a las fuerzas de su libido de manera, digamos, legal, bien vista, esta
novela no hubiera podido escribirse. Pero la nuestra, tanto la española como la
portuguesa, no ha sido de esas. Ya lo sabemos. Por eso esta novela.
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