EÇA DE QUEIRÓS, José Maria, y RAMALHO ORTIGÃO, José
Duarte, El misterio de la carretera de
Sintra, Barcelona, Acantilado, 2011 (1ª reim.); 369 págs. Traducción de
Carmen Martín Gaite.
Buenos y misteriosos días. Como
saben los lectores, una de las mejores formas de seleccionar novelas consiste en elegir entre las ya seleccionadas por ese crítico implacable que es el paso del tiempo. ¿Quién
se acuerda ahora, por ejemplo, de La casa
de la Troya? Muy poca gente, los compostelanos y algún lector voraz, tan
hambriento, y tan falto de comida, que es capaz de meterse entre pecho y
espalda cualquier tipo de alimento. Pues esa novela, de la que hoy tan poca
gente se acuerda, fue un superventas en la España de las primeras décadas del
siglo XX. Y así podrían ponerse infinidad de ejemplos en cualquier país en el
que haya existido industria editorial: novelas que tuvieron gran éxito de
ventas pero que poco o nada añadieron a la evolución de las técnicas narrativas
y, lo que es más importante, al universo emocional de los lectores, tan necesitado
de alimento sustancioso. Fueron simples productos comerciales, desechables, por
tanto, para un lector mínimamente selectivo. En fin, estas reflexiones, muy
obvias para casi cualquiera con un mínimo de criterio, vienen al caso porque
fue leyendo una novela de un autor español muy interesante, Gonzalo Torrente
Ballester, cuando encontré mencionada, y elogiada, esta novela de Eça de Queirós
y Ramalho Ortigão. Su lectura había constituido uno de los lenitivos contra la
soledad del desdoblado protagonista de Filomeno,
a mi pesar, Ademar de Alemcastre en su versión elegante y portuguesa. Todo
parecía confabularse para que no pudiera dejar de leer El misterio de la carretera de Sintra. Y eso he hecho.
Y
la impresión, desde luego, no ha podido ser mejor. Como dice en el prólogo la
traductora, la escritora Carmen Martín Gaite, los autores escribieron esta
novela como “reacción contra el estancamiento del entorno” (pág. 12). Y lo
hicieron “porque eran inconscientes y audaces y porque se querían divertir”
(pág.13), sin pensar en las consecuencias ni en las dificultades que entraña la
escritura de una novela a dos manos cuando los autores están alejados por más
de ciento cincuenta kilómetros, uno en Lisboa y el otro en Leiría, y no disponen
de medios de comunicación rápidos con los que ponerse de acuerdo. La novela,
creo que no lo he mencionado, se publicó por primera vez en 1870, durante el
verano y por entregas en un periódico. Según parece, pues, cada uno escribía la
siguiente entrega cuando le tocaba y a tenor de lo que el amigo había escrito
en su turno anterior. A pesar de todas estas limitaciones, la lectura de la
obra es extraordinariamente atractiva, siempre que uno sea amante de la
literatura policiaca, sea capaz de asumir la moralidad caballeresca clásica y esté
hecho, aunque sea por encima, a las convenciones de la novela folletinesca.
Eça de Queirós
(noticias.universia.com.br)
Los
mismos autores, a los cuales resulta difícil atribuir la autoría de las
distintas entregas, salvo alguna cuyo argumento resulta muy revelador —por
ejemplo aquella que describe un viaje por el Mediterráneo Oriental, de
características muy parecidas a uno que acababa de realizar Eça de Queirós—,
aluden en la obra a esas intenciones rompedoras suyas:
“He tenido noticias de que F. y Carlos Fradique Mendes [un heterónimo de Eça de Queirós] llevan varios días recluidos en una finca de los alrededores de Lisboa, tirados en la hierba a la sombra de los árboles, tomando notas para un libro que están escribiendo en colaboración y con el que pretenden —al menos eso han prometido a la lozana Naturaleza que les rodea— terminar a puntapiés con todas las trabas que las escuelas literarias hoy en boga en Portugal se empeñan en poner para amordazar el libre curso del espíritu y la imaginación” (Pág. 365).
No
sé a ustedes, pero a mí, estas líneas, de una gran modernidad para la época, me
recuerdan los manifiestos que décadas después usarían los creadores de los
movimientos artísticos vanguardistas. Y no sólo se adelantan los autores con
esta obra a ese tipo de manifiestos. También lo hacen, y esto ya ha sido
observado por muchos comentaristas, a la difusión de una obra de ficción como
real, a la intención lúdica, y esclarecedora del poder de los medios de
comunicación, que tuvieron los que en 1938 aterrorizaron a los neoyorquinos más
ingenuos haciéndoles creer en una invasión extraterrestre gracias a la pícara
dramatización que, entre otros, realizó Orson Welles de una obra de H.G. Wells en un programa de radio.
Casi setenta años antes, estos dos jóvenes autores portugueses, cansados del
inmovilismo y la apatía de la sociedad lisboeta de la época, crean una ficción
con visos de completa realidad, un relato absorbente, creído a pies juntillas
por los lectores más desprevenidos y cándidos del Diário de notícias, el periódico
lisboeta donde se publicaban las entregas. Tanto fue así que, según parece,
hubo muchos que escribieron al periódico realmente preocupados, facilitando
datos que podían ayudar a esclarecer el misterio que presenta la serie en su
primera entrega y sirve de eficaz anzuelo para el lector, que devora,
insatisfecho hasta el final, el resto de ellas. Me imagino que los autores aún
se están riendo, los muy truhanes.
Ramalho Ortigão
(agendalx.pt)
En definitiva, una
novela muy recomendable, sobre todo para el que tiene la lectura
como un fin en sí mismo, el homo legens
de Bolívar Echevarría, tan necesario para la buena conservación de esa dama, a veces
esquiva, llamada Literatura.
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