Palacio de Las Cadenas, Úbeda. (Foto V. Espuny).
Antonio Muñoz
Molina es uno de mis ídolos literarios de juventud. En aquella época leía todo lo
que escribía, sin selección, esperando con impaciencia la salida de la novela
siguiente. Era el perfecto cliente de las librerías, uno más de los individuos
que mueven el negocio editorial desde la parte de los que más disfrutan con la
literatura, los lectores. No era el único de mis preferidos. Era seguidor de
todo lo que publicasen también Juan Goytisolo y José Saramago, ambos ya
fallecidos y con ciclos de creación cerrados (a no ser, claro está, que
aparezcan inéditos). De Muñoz Molina, sin embargo, me desencanté. No sé por qué,
pero hubo un momento en el que dejé de leerlo, me enfrié. Empecé a tener la sensación de estar ante alguien que rellenaba paginas de forma compulsiva,
como Balzac, de quien Muñoz Molina mismo dice que alargaba las descripciones
cuando no sabía cómo seguir la trama. Además me parecía que hacía demasiadas concesiones a
ciertas modas argumentales, de un realismo sucio y truculento. ¿Quién es este
completo desconocido, pensará de mí el lector, para poner en tela de juicio la
obra de un autor como el ubetense? Pues simplemente alguien que disfrutó como
se hace con muy pocos libros en la vida leyendo El jinete polaco, incluso Ardor
guerrero —para hacerlo con este último texto hay que haber hecho el servicio
militar—, y se sintió decepcionado con la deriva posterior de su autor.
Últimamente ha venido a reconciliarme con él Tus pasos en la escalera, novela delicada e intimista, y gracias a
ella, a su solapa creo —no recuerdo ahora—, he conocido y leído Pura alegría.
Pura alegría es
una recopilación de ensayos reflexivos sobre las actividades de leer y escribir
desde un punto de vista muy personal, muy interesante en este caso por provenir
de un autor hoy día perfectamente consagrado. Consta de textos escritos entre
1991 y 1997. Algunos de ellos fueron redactados para ser leídos ante sesudos
académicos y otros para serlo en periódicos españoles, pero todos se caracterizan
por poseer el mismo rigor intelectual. En ellos Antonio Muñoz Molina habla de
los autores que más le han apasionado desde que comenzó a leer —Faulkner,
Cervantes, Max Aub, Onetti, Proust, Borges, Bioy Casares— y de muchas de las
cuestiones que más preocupan a las personas que escriben ficción. Habla de
argumentos, de personajes, de la voz, del estilo, de la realidad, de la ficción
y la memoria. Habla mucho de los exiliados, de los exiliados sobre todo
españoles, que no ha existido un país de la Europa Occidental cuyos
intelectuales hayan sufrido tan dramática diáspora, cuyos escritores hayan sido
tan perseguidos. Compara el exilio gozado por Nabokov con el sufrido por Max
Aub, por ejemplo, y analiza la naturaleza de la emigración de los intelectuales
de distintos países. Compara las culturas protestante y católica, tan diferentes
por cuestiones señaladamente bíblicas y por tanto intelectuales. Habla de
tradiciones literarias, la española tan cercenada por la censura y los
drásticos cambios políticos. Muñoz Molina fulmina las modas y enuncia con
sinceridad e hidalguía su aversión por el adjetivo joven unido al sustantivo
literatura, rompiendo una lanza por los autores que beben de la tradición y los
clásicos y se confiesan deudores de unos padres literarios. En general, todas
las páginas de Pura alegría son
perfectamente aprovechables para un intelecto ávido de conocer los mecanismos
de la ficción literaria. Algunas citas:
«La
elipsis es el gran aprendizaje de un novelista». (Pág. 74).
«La
literatura es una gran sociedad secreta de hombres y mujeres que saben estar
solos en medio de la multitud y acompañados en la soledad». (Pág. 76).
«La
mirada de cada uno es mucho más prisionera de sus circunstancias personales e
históricas de lo que nos gusta reconocer». (Pág. 82).
«Lo
peor suele tener la protección de la moda». (Pág. 87).
«La
imposibilidad del recuerdo convierte la memoria en ficción». (Pág.126).
«Escribir es, en gran parte, un sueño
voluntario, al mismo tiempo abandonado y metódico, la sensación de que asistimos a la historia que estamos imaginando
mientas la contamos». (Pág. 155).
«Lo
importante es encontrar un impulso y seguirlo, no detenerse a cada instante
pensando en la conveniencia o no de los adjetivos, en esos pormenores que son
importantes, desde luego, pero que no valen nada si no son precedidos por un
empuje de invención, de tentativa, hasta de cierta insensatez». (Pág. 200).
En
general, una obra muy recomendable, hija del intelecto de una persona de mucho
mérito, amante del trabajo y el rigor, hecha a sí misma, nacida en un medio muy
poco favorable al cultivo de la literatura, en una casa sin libros, de padres
sin formación, que ha conseguido llegar hasta donde nunca soñó que llegaría, ni llegaremos ninguno de nosotros. De
él aprendemos todos.
Antonio
Muñoz Molina, Pura alegría, Madrid,
Santillana, 2008.
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