La marquesa de Alcañices
En este artículo vamos a abandonar el relato lineal de la vida de Anglona
para avanzar unos cuantos años, veintitrés para ser exactos, licencia que nos permite
comentar de manera adecuada la ilustración que lo encabeza; más adelante
volveremos a la narración en el punto que la dejamos.
Nos encontramos a mediados de agosto de 1844. Nuestro príncipe de Anglona
está a punto de cumplir cincuenta y ocho años. Para la época, y teniendo en cuenta la vida un
tanto azarosa e incluso llena de privaciones que había llevado en algunos
momentos, su edad es la de una persona ya en la vejez; de hecho, vivirá sólo
seis años más. En ese momento, el titular de la Casa de Osuna es su sobrino
Pedro de Alcántara Téllez Girón y Beaufort, XI duque de Osuna. Lleva el nombre
de su tío el Príncipe y de su abuelo paterno, el IX duque de Osuna, y ha cumplido ya treinta y cuatro años. Aún no ha contraído matrimonio, ni siquiera está prometido. En sus
círculos íntimos es sabido el amor no correspondido que siente hacia una prima
hermana suya, una hija de Joaquina Téllez-Girón y Alonso Pimentel y de José
Gabriel de Silva-Bazán y
Waldstein, marqués de Santa Cruz. Se llama Inés y fue retratada por Garrois en 1821, a la edad de 15 años, precisamente en la miniatura que encabeza el artículo. A decir de los escritores que la
conocieron, en 1844 su belleza seguía inalterada, por lo que podemos
imaginarla perfectamente a esa época. El amor del Duque por ella, que ha sido siempre platónico, ahora, además, es
imposible por una fatalidad: Inés ya es una señora casada, la mujer de Nicolás
de Ossorio y Zayas, marqués de Alcañices. Pero el romanticismo está de moda, y
el duque de Osuna es romántico por naturaleza, no como una pose o de manera
afectada o falsa. Zorrilla acaba de estrenar Don Juan Tenorio en marzo de ese mismo año y su principal personaje
femenino se llama precisamente Inés.
Como cuenta Antonio
Marichalar en su famosa obra titulada Riesgo y ventura del duque de Osuna, ese
caluroso día de mediados de agosto el Duque no se siente muy bien y, una vez en El Capricho, adonde ha llegado desde Madrid, ordena que no se le
moleste, que no está para nadie. Invadido por la melancolía, pasea solo por su más
querida posesión, un lugar de gran valor afectivo por haber sido muy feliz en ella
en compañía de su abuela, la madre de Anglona. De repente, oye a lo lejos el
tintineo producido por un coche de caballos que identifica claramente como el
de su prima Inés quien, en contra de su previsión más optimista, había ido a visitarlo.
Comprende que se le ha dicho que el Duque no recibe y, desesperado, comienza
una inútil carrera tras el coche bajo el sofocante calor de aquel día del mes
de agosto. El polvo que levanta el carruaje le impide ver y ser visto, el ruido
que producen arneses, ruedas, cascabeles y caballos ahoga sus gritos y, finalmente,
exhausto, agotada su naturaleza, cae fulminado por un derrame cerebral.
Trasladado a su casa palacio de la calle de Leganitos, morirá unos días después.
Hereda el título su hermano Mariano, el famoso Duque amante del despilfarro. Ya
ven, en definitiva, si la mujer cuyo retrato acompaña el artículo es importante
para la historia de Osuna, y aun de España. Nada más lejos de mi intención que
considerarla responsable del ascenso de Mariano: no podemos culpar a la rosa de
ser tan bella ni de despertar las pasiones que despierta. Pedro, el XI Duque, fue
un hombre alto y apuesto a juzgar por el retrato suyo pintado en 1833 por
Valentín Calderera y conservado en el Museo del Romanticismo de Madrid —con una
cartela, por cierto, inexacta, que lo identifica como Mariano—, y una persona,
según sus contemporáneos, amante de la cultura, sensible a la música y muy
dotada para el ejercicio de las artes. Lástima que muriera tan joven y sin
descendencia. La cartela reza como sigue:
“Valentín
Carderera y Solano, Mariano Téllez Girón,
XII Duque de Osuna.
Óleo
sobre lienzo. ca. 1833”
Mariano no sería duque hasta la muerte de su hermano, hasta 1844. En
cualquier caso, la atribución de la identidad del retratado a uno de los dos
hermanos continúa en el aire. Este es el retrato al que nos referimos.
Imagen tomada de ceres.mcu.es
Mariano llegó a estar casi comprometido con otra prima, una hija de la marquesa de Camarasa, la
mayor de las hermanas de Anglona, compromiso que, a
juzgar por la lectura de El duque de
Osuna embajador en Rusia, de Federico Oliván (Madrid, 1949, págs. 14 y 15),
había acabado por romper el futuro Duque en 1841. No me resisto a copiar aquí
el contenido de la última carta que le escribiera su desilusionada pero
realista prima:
“Por la estafeta pasada recibí, Mariano, una carta tuya, la cual me llenó de pena, aunque no de admiración, pues siempre estaba prevenida para sufrir este mal porte que has tenido conmigo. Una sola gloria tengo, y es el no haber merecido nunca que el fin de nuestras relaciones fuera éste. Pero, en fin, ya no hay remedio. Todo, todo se ha acabado. Procuraré olvidarte como tú me has olvidado a mí. Y sólo tengo ya que decirte en esta última carta que te escribo, que deseo seas más feliz que tu prima Ángela”.
Para finalizar el artículo, voy a tomar prestadas las palabras que
Mesonero Romanos dedica en la página 303 de su obra El antiguo Madrid (Madrid, 1861) a la residencia ducal de la calle
Leganitos, donde falleció el XI Duque:
“Esta casa de gran suntuosidad, aunque muy deteriorada, ha tenido en nuestros tiempos varios usos, tales como fábricas y talleres, teatros caseros, y otros, además de estar ocupada en gran parte por la magnífica biblioteca del señor Duque propietario, hasta que últimamente fue trasladada á la del Infantado en las Vistillas”.
Estaba situada en la parte más alta de esta céntrica calle madrileña, en
su extremo opuesto a la Plaza de España. Si pasean por la ciudad, no busquen la
casa: fue demolida hace años y de ella sólo queda el aroma de la Historia.
(Continuará).
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