sábado, 11 de mayo de 2019

Crónica del rey pasmado, de Gonzalo Torrente Ballester


Felipe IV (Velázquez, h. 1623)

            Novela publicada en 1989 que alcanzó celebridad gracias a su adaptación cinematográfica (Imanol Uribe, 1991). De hecho, resulta imposible leerla sin recordar escenas y ciertos actores de la película, sobre todo al inefable Gabino Diego en el papel de Felipe IV.
            Crónica del rey pasmado cuenta en tercera persona el pasmo que sufrió el monarca, de apenas veinte años, al contemplar desnuda por primera vez a una mujer. La mujer es una prostituta de lujo apodada Marfisa, nombre escogido por Torrente Ballester de una décima de Luis de Gongora que cierra la novela. A partir de la contemplación de aquel desnudo de carne y hueso, el joven monarca intentará ver desnuda a su esposa, la reina, y lo hará saber públicamente, declaración real que escandalizará y divertirá a los miembros de la corte según su mentalidad y su grado de hipocresía.
            La lectura es muy amena. Retrata cómo era la vida en la corte española durante los llamados Austrias menores, cuando el valido —en este caso el conde-duque de Olivares—mandaba más que el rey y el estado dependía ya de los empréstitos para su mantenimiento: el oro y la plata americanos llegaban a España solo para seguir camino hacia los arcas de los prestamistas europeos. Refleja también las luchas de influencia que existían entre las distintas órdenes eclesiásticas, retratando, sobre todo, la influencia cerca del rey de franciscanos y capuchinos, estos últimos personificados en un ambicioso, ignorante y malicioso capellán mayor de palacio. Los jesuitas, representados por un padre portugués, quedan retratados como los más avanzados ideológicamente y más odiados por los conservadores, léase, por ejemplo, el capellán mayor de palacio. La Compañía aún estaba lejos del poder que alcanzaría en el siglo XVIII y precipitaría su expulsión.
            El relato histórico se encuentra aderezado de componentes mágicos y misteriosos muy queridos por Torrente Ballester, como la niebla y ciertas capacidades sobrehumanas. La trama cuenta lo ocurrido en la corte durante solo dos días de 1625, año más o menos.
  
Gonzalo Torrente Ballester, Crónica del rey pasmado, Madrid, Alianza Editorial, 2019.

domingo, 5 de mayo de 2019

Pura alegría, de Antonio Muñoz Molina


Palacio de Las Cadenas, Úbeda. (Foto V. Espuny).

Antonio Muñoz Molina es uno de mis ídolos literarios de juventud. En aquella época leía todo lo que escribía, sin selección, esperando con impaciencia la salida de la novela siguiente. Era el perfecto cliente de las librerías, uno más de los individuos que mueven el negocio editorial desde la parte de los que más disfrutan con la literatura, los lectores. No era el único de mis preferidos. Era seguidor de todo lo que publicasen también Juan Goytisolo y José Saramago, ambos ya fallecidos y con ciclos de creación cerrados (a no ser, claro está, que aparezcan inéditos). De Muñoz Molina, sin embargo, me desencanté. No sé por qué, pero hubo un momento en el que dejé de leerlo, me enfrié. Empecé a tener la sensación de estar ante alguien que rellenaba paginas de forma compulsiva, como Balzac, de quien Muñoz Molina mismo dice que alargaba las descripciones cuando no sabía cómo seguir la trama. Además me parecía que hacía demasiadas concesiones a ciertas modas argumentales, de un realismo sucio y truculento. ¿Quién es este completo desconocido, pensará de mí el lector, para poner en tela de juicio la obra de un autor como el ubetense? Pues simplemente alguien que disfrutó como se hace con muy pocos libros en la vida leyendo El jinete polaco, incluso Ardor guerrero —para hacerlo con este último texto hay que haber hecho el servicio militar—, y se sintió decepcionado con la deriva posterior de su autor. Últimamente ha venido a reconciliarme con él Tus pasos en la escalera, novela delicada e intimista, y gracias a ella, a su solapa creo —no recuerdo ahora—, he conocido y leído Pura alegría.
Pura alegría es una recopilación de ensayos reflexivos sobre las actividades de leer y escribir desde un punto de vista muy personal, muy interesante en este caso por provenir de un autor hoy día perfectamente consagrado. Consta de textos escritos entre 1991 y 1997. Algunos de ellos fueron redactados para ser leídos ante sesudos académicos y otros para serlo en periódicos españoles, pero todos se caracterizan por poseer el mismo rigor intelectual. En ellos Antonio Muñoz Molina habla de los autores que más le han apasionado desde que comenzó a leer —Faulkner, Cervantes, Max Aub, Onetti, Proust, Borges, Bioy Casares— y de muchas de las cuestiones que más preocupan a las personas que escriben ficción. Habla de argumentos, de personajes, de la voz, del estilo, de la realidad, de la ficción y la memoria. Habla mucho de los exiliados, de los exiliados sobre todo españoles, que no ha existido un país de la Europa Occidental cuyos intelectuales hayan sufrido tan dramática diáspora, cuyos escritores hayan sido tan perseguidos. Compara el exilio gozado por Nabokov con el sufrido por Max Aub, por ejemplo, y analiza la naturaleza de la emigración de los intelectuales de distintos países. Compara las culturas protestante y católica, tan diferentes por cuestiones señaladamente bíblicas y por tanto intelectuales. Habla de tradiciones literarias, la española tan cercenada por la censura y los drásticos cambios políticos. Muñoz Molina fulmina las modas y enuncia con sinceridad e hidalguía su aversión por el adjetivo joven unido al sustantivo literatura, rompiendo una lanza por los autores que beben de la tradición y los clásicos y se confiesan deudores de unos padres literarios. En general, todas las páginas de Pura alegría son perfectamente aprovechables para un intelecto ávido de conocer los mecanismos de la ficción literaria. Algunas citas:

«La elipsis es el gran aprendizaje de un novelista». (Pág. 74).

«La literatura es una gran sociedad secreta de hombres y mujeres que saben estar solos en medio de la multitud y acompañados en la soledad». (Pág. 76).

«La mirada de cada uno es mucho más prisionera de sus circunstancias personales e históricas de lo que nos gusta reconocer». (Pág. 82).

«Lo peor suele tener la protección de la moda». (Pág. 87).

«La imposibilidad del recuerdo convierte la memoria en ficción». (Pág.126).

«Escribir es, en gran parte, un sueño voluntario, al mismo tiempo abandonado y metódico, la sensación de que asistimos a la historia que estamos imaginando mientas la contamos». (Pág. 155).

«Lo importante es encontrar un impulso y seguirlo, no detenerse a cada instante pensando en la conveniencia o no de los adjetivos, en esos pormenores que son importantes, desde luego, pero que no valen nada si no son precedidos por un empuje de invención, de tentativa, hasta de cierta insensatez». (Pág. 200).

En general, una obra muy recomendable, hija del intelecto de una persona de mucho mérito, amante del trabajo y el rigor, hecha a sí misma, nacida en un medio muy poco favorable al cultivo de la literatura, en una casa sin libros, de padres sin formación, que ha conseguido llegar hasta donde nunca soñó que llegaría, ni llegaremos ninguno de nosotros. De él aprendemos todos.

Antonio Muñoz Molina, Pura alegría, Madrid, Santillana, 2008.

miércoles, 1 de mayo de 2019

El libro de las ilusiones, de Paul Auster


Rodolfo Valentino y Lila Lee 
(Foto: Fondazione R. Valentino)

            Se trata de una novela escrita en primera persona, con un punto de vista escrupulosamente único. En sus páginas he localizado una referencia realmente ejemplar de lo que debe ser ese punto de vista único y estricto, tan propio de la narrativa contemporánea, en cuyas obras pueden existir puntos de vista diversos pero bien especificados e irreemplazables: «Me guste o no, sólo puedo escribir de lo que vi y oí, y de nada más. Esto no es el reconocimiento de un fracaso, sino una afirmación metodológica, una declaración de principios. Si no vi la luna, es que no había luna en el cielo», (pág. 251). Esta afirmación no impide la existencia en el libro de rasgos muy clásicos, como la presencia de un relato interpolado narrado por otra persona, Alma, aunque este nos llegue filtrado por el punto de vista principal. La acción transcurre en distintos periodos del lapso de tiempo transcurrido entre finales de los años 20 y el mes de octubre de 1999, si bien la mayor parte de ella pasa en tres años, desde 1986 a 1988. Toda la peripecia argumental transcurre en Estados Unidos.
            En El libro de la ilusiones, Paul Auster (1947) entrecruza los dramas vitales de tres personajes: el narrador-protagonista (David Zimmer), la persona en la que Zimmer centra sus investigaciones (Hector Mann) y la persona que consigue que las vidas de los dos anteriores se crucen (Alma Grund), esta última personaje arquetípico de mujer altruista y sanadora. La obra es un monumento de capacidad de fabulación y laboriosidad literarias.
            La novela es además el relato de las consecuencias que puede tener el peso del sentimiento de culpabilidad, muy complicado de llevar para muchos. Igualmente puede considerarse un homenaje a las personas que realizan una labor callada en pro de las artes y la cultura, a veces con fines para muchos inexplicables o, incluso, absurdos. También es un homenaje al cine mudo, a sus actores, aquellos seres de expresividad gestual privilegiada, capaces de transmitir emociones solo con los movimientos de su cuerpo, a veces de uno solo de los músculos de la cara. Hector Mann es un galán cómico, una curiosa síntesis de Rodolfo Valentino y Charles Chaplin. La obra es, así mismo, el relato de la bajada a los infiernos de un hombre ya maduro, David Zimmer, que ve cómo su vida se desmorona de manera accidental y en apariencia irremediable.
Contiene pasajes antológicos.

Paul Auster, El libro de las ilusiones, Barcelona, Seix Barral, 2012. Traducción de Benito Gómez Ibáñez.

jueves, 25 de abril de 2019

La huida


Bruselas, 2014. 

La atmósfera era pesada. Del norte de África llegaba un tórrido ábrego nocturno. Por la ventana, abierta a una calle políglota frecuentada por gozosos exiliados, entraba el alegre quejido de un acordeón vocinglero. Había querido huir de ti, diablo de ojos de gema, pero me seguiste persistiendo en nuestro nomadismo suicida. Y entonces sentí que solo podría vivir si era contigo, que solo viviría si era sin ti.