Algo sobre el Monte
Testaccio y las exportaciones de
aceite de la Bética en los
primeros siglos de nuestra era
"Cercáronle
luego los muchachos; pero él con la vara los detenía, y les rogaba le hablasen
apartados, por que no se quebrase: que por ser hombre de vidrio era muy tierno
y quebradizo. Los muchachos, que son la más traviesa generación del mundo, a
despecho de sus ruegos y voces, le comenzaron a tirar trapos, y aun piedras,
por ver si era de vidrio, como él decía; pero él daba tantas voces y hacía
tales extremos, que movía a los hombres a que riñesen y castigasen a los
muchachos porque no le tirasen.
Mas
un día que le fatigaron mucho se volvió a ellos diciendo:
—¿Qué me queréis, muchachos,
porfiados como moscas, sucios como chinches, atrevidos como pulgas? ¿Soy yo,
por ventura, el monte Testacho de Roma, para que me tiréis tantos tiestos y
tejas?"
Miguel
de Cervantes, El licenciado Vidriera.
Gracias a las excavaciones
comenzadas a finales de la década de los ochenta por iniciativa española en el
Monte Testaccio de Roma, sabemos mucho más sobre el comercio en el Mediterráneo
Occidental durante la época central y más floreciente del Imperio Romano. El equipo
que excava el Testaccio —un monte artificial de 50 m de altura y 1.490 m de
perímetro, formado por la acumulación de ánforas rotas y situado junto al
Tíber, en la esquina suroeste de las Murallas Aurelianas— está formado por
miembros del "Centro para el Estudio de la Interdependencia Provincial de
la Antigüedad Clásica" (C.E.I.P.A.C.), dependiente del Departamento de
Prehistoria, Historia Antigua y Arqueología de la Universidad de Barcelona.
Dicho centro, cuyo origen parece estar en los extraordinarios descubrimientos
realizados en el Testaccio por los arqueólogos españoles, que demuestran la
gran dependencia que tenía la ciudad de Roma del aceite andaluz, tiene, como
cualquier asociación, un director o presidente y unos miembros; es lo normal,
todos lo sabemos. Lo que no debía ser tan normal es el hecho siguiente: de los
veintiocho miembros que componen la asociación sólo uno de ellos trabaja en una
institución andaluza, un profesor de la Universidad de Cádiz apellidado
Langóstena Barrios. El resto de los miembros pertenece a las universidades de
Barcelona, Tarragona, Roma, Sâo Paulo, Southampton, Württenberg, Mainz, etc.
Este no significa que el investigador andaluz esté marginado incluso en un
proyecto de investigación que toca a su tierra muy directamente, que no se le
tenga en cuenta por cuestiones políticas o administrativas, no, nada de eso. No
se cuenta con el investigador andaluz porque no está tan preparado como los
otros, porque las universidades andaluzas son, junto con las canarias y las
extremeñas, las que otorgan los títulos peor considerados de todo el país. Se
lo dice un licenciado por la Universidad de Sevilla, que ya le gustaría haberlo
sido por la de Madrid o por la de Barcelona, centros que cuentan con unos
presupuestos y una cualificación en los cuadros docentes muy por encima de los
de Andalucía. Así son las cosas, por desgracia. Pero vamos a dejarnos de
reflexiones críticas, que, dicho sea de paso, no vienen mal para que se nos
abran de una vez los ojos en relación al atraso que padece Andalucía en el
campo de las ciencias, y vamos al tema que nos ocupa: qué aceite consumían los
romanos y cómo se ha podido averiguar tanto sobre él.
(Imagen tomada de amusingplanet.com)
Según el señor Remesal Rodríguez, durante más de mil quinientos años el Monte Testaccio fue visto como un basurero de ánforas y no se supo obtener la gran información que guardaban dichos recipientes. Los habitantes de Roma lo miraban, con orgullo, como una muestra del poderío de su ciudad en la Antigüedad, sentimiento que ha facilitado su conservación hasta nuestros días. En la Edad Media se celebraban en él carnavales y ya en la Edad Moderna fue aprovechado para abrir grutas donde guardar el vino, pues su peculiar formación lo había dotado de una temperatura fresca y constante (+/- 17ºC). Este hecho acentuó su carácter festivo y lo convirtió en lugar de romerías y reuniones lúdicas hasta que se urbanizaron sus alrededores, ya en el siglo XIX.
(Imagen tomada de amusingplanet.com)
A finales de ese
siglo comienza el estudio arqueológico del monte. Heinrich Dressel, colaborador
de Mommsen en su monumental CORPUS
INSCRIPTIONUM LATINARUM —éste último colega y amigo de Rodríguez de Berlanga,
el traductor de los "Bronces de Osuna"—, viaja a la capital italiana
en 1872 para estudiar los útiles domésticos —los Instrumentum domesticum— de la antigua Roma. Él fue el primero en
determinar la cronología del monte (siglos I a III d. de C.), el uso que habían
recibido las ánforas y su procedencia dominante de la Bética, llegando a
determinar una tipología de ellas que aún se estudia: la Dressel 20, la más
corriente —de forma globular, unos 70 a 80 cm de altura, 60 cm de anchura, 30
kg de peso en vacío y una capacidad de 70 kg de aceite—, la Dressel 20 parva, la Dressel 23a, la Dressel 23b,
etc. Gracias a la forma de los recipientes, su transporte era más fácil, pues
se apoyaban unas en otras y tenían gran estabilidad. Dicho transporte se
realizaba en barcos que zarpaban entre abril y septiembre de puertos del
Guadalquivir, principalmente —y según las excavaciones realizadas hasta la
fecha— de Lora del Río y del Municipium
Flavium Arvense, la actual Alcalá del Río, dos de los principales centros de
fabricación de ánforas Dressel 20, y navegaban cerca de la costa hasta los
puertos de Claudio y Trajano, en la desembocadura del Tíber. Su itinerario está
sembrado de pecios, restos de barcos hundidos, la mayoría aún por estudiar.
Otro de sus destinos era Massalia, la
actual Marsella, desde donde seguían viaje por tierra hacia el norte, como se
ha podido documentar gracias a las excavaciones realizadas en suelos franceses,
alemanes e, incluso, británicos.
(Imagen tomada de scielo.cl)
Gracias a las
excavaciones y posteriores estudios de los miembros de la C.E.I.P.A.C, que han
venido a completar los trabajos de Dressel, Bruzza, Bonsor, Rodríguez de
Almeida y Ponsich, sabemos que nada menos que el 80% del total de los
materiales que forman el Monte Testaccio procede de la rotura de ánforas
fabricadas en la Bética para transporte de aceite de oliva elaborado en la
Andalucía romana, lo que supone, según sus cálculos, la exportación a Roma en
los siglos iniciales de nuestra era, como mínimo, de 173.250.000 kg de dicho
producto, lo cual, teniendo en cuenta los métodos de cultivo, molienda y
transporte de la época, es algo realmente destacable.
Me imagino que el lector se
preguntará cómo han podido afinar tanto los investigadores. La razón de tanta
exactitud está en una característica de los restos anafóricos del Testaccio que
aún no les he contado: la existencia en ellos de inscripciones y rótulos de
época romana que proporcionan muchísima información. Dichos
"letreros" son de cuatro clases. Las marcas impresas —sellos—
informan por lo general sobre el propietario del aceite, aunque a veces también
lo hacen sobre el productor de dicho aceite y el horno donde se había fabricado
el ánfora; los grafitos, incisiones llamadas ante cocturam por haber sido hechas antes de que la arcilla estuviese
cocida, proporcionan datos sobre el lote al que pertenece el ánfora y, a veces,
indican el año e incluso el día de fabricación del ánfora; las inscripciones
pintadas, o tituli picti, informan
sobre la tara, el nombre del mercader y el peso neto; y, por último, en
caracteres cursivos, los datos de la hacienda imperial: nombre del lugar de
control, año consular, peso exacto y nombre del controlador. Con toda esta
información, los investigadores han podido determinar, entre otras muchas
cosas, el área de producción del aceite: la zona comprendida entre las actuales
poblaciones de Córdoba, Sevilla y Écija.
(Imagen tomada de amusingplanet.com)
Y
aquí habría que hacer una reflexión parecida a la incluida en el párrafo
primero. Tampoco en el campo del refinado y del comercio internacional del aceite
estamos por ahora los andaluces al nivel de otros pueblos, sobre todo del
italiano. La materia prima, la aceituna, se encuentra en Andalucía, pero los
mejores técnicos —tanto en estudios y estrategias de mercado como en procesos
de refinado— se encuentran en Italia, país que domina el mercado internacional
del aceite de oliva desde la época de Augusto. Si a esa circunstancia unimos su
mayor habilidad para negociar y mover los hilos en las instituciones
internacionales, nos podemos explicar mejor la mala situación en la que se va a
encontrar nuestro producto si prospera la reforma propugnada por Franz
Fischler, cuya señora —según me han informado— es italiana. Los hombres mueren,
las ciudades cambian, la técnica avanza pero, en esencia, el mundo sigue siendo
exactamente el mismo.
Víctor Espuny Rodríguez
Bibliografía.
a) Fuentes disponibles y consultadas.
AA. VV:, Historia de la vida privada. Imperio romano y antigüedad tardía,
Madrid, 1992.
-, El hombre romano, Madrid, 1991.
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BLÁZQUEZ MARTÍNEZ, José María,
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http://www.ub.es/CEIPAC/ceipac.html (Marzo de 1998).
http://www.ub.es/CEIPAC/MOSTRA/expo.htm (Marzo de 1998).
ROSENBLUM, Mort, La aceituna. Vida y tradiciones de un noble
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b) Fuentes menos disponibles y no consultadas.
BERNI MILLET, Piero, Las ánforas de aceite de la Bética y su
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BLÁZQUEZ MARTÍNEZ, José María,
REMESAL RODRÍGUEZ, José y RODRÍGUEZ ALMEIDA, Emilio, Excavaciones arqueológicas en el Monte Testaccio (Roma). Memoria
campaña 1989, Madrid, 1994.
FUNARI, Pedro Paulo A., Dressel 20 Inscriptions from Britain and the
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REMESAL RODRÍGUEZ, José, Heeresversorgung und die wirtschaftlichen
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Stuttgart, 1997.
-, La annona militaris y la
exportación de aceite bético a Germania, Madrid, 1986.
(Este artículo fue redactado en la primavera de
1998. Apareció en el número 12 de la revista La Fuente Nueva. La bibliografía no ha sido actualizada salvo para referenciar algunas imágenes).