Antonio Díaz Moreno se nos ha ido. Se nos fue hace ya unos meses. Desde
su muerte he estado pensando en cómo enfocar este artículo, pues para mí no es
fácil. Creo que lo más sencillo, y, quizá, lo más adecuado, va a ser que cuente
las cosas como yo las viví, simplemente eso.
Mi afición por la música y por la guitarra viene de cuando era muy
pequeñito, no sabría decir desde cuándo. En el mes de mayo, con la Feria de Osuna, me dedicaba
a ir por las casetas que tenían orquesta buscando la que más me gustaba. Cuando
la encontraba me ponía a darle la lata al portero para que me dejara entrar y,
cuando lo conseguía, me sentaba junto a los músicos, a escuchar y a
observarlos. Así conocí a Los Bombines, Los Lentos y a otras grandes orquestas
de animación de los últimos años de la sesenta y principios de los setenta. Algunos
años después se formarían en Osuna orquestas similares y también aceptables,
como, sobre todo, Abraxas, de la que hemos perdido también a uno de sus
músicos, el batería, Manolo Gracia, hace ya unos años. A principios de los
setenta, sin embargo, todavía no existía ese grupo ursaonés con ese nombre y
ese cometido —interpretar música en los bailes y fiestas—, aunque algunos de
sus integrantes tocaban la música que les gustaba en locales de ensayo que
algún alma samaritana les prestaba. Recuerdo, como si lo estuviera viviendo
ahora mismo, la primera vez que entré en la Casa de la Juventud, en la calle Sevilla, atraído por el
sonido de timbales, platillos y amplificadores que salía de allí. Poco después
conseguí mi guitarra, que aún conservo, y empecé a aprender mis primeros
acordes, que hoy, aunque los recuerdo visualmente, no puedo poner ya por tener
la mano izquierda inutilizada para ciertos menesteres. Aprendí medio a tocar
Sevillanas, Fandangos de Huelva y las canciones modernas que entonces rulaban de
mano en mano entre los músicos jóvenes ursaonenses: “La casa del sol naciente”,
de Animals; “Angie” y “Jumpin’ Jack Flash”, de los Rolling; “Noches de blanco
satén”, de los Moody Blues, etc. Y a mediados de la década de los setenta llegó
LA CANCIÓN,
así, con mayúsculas. Según Luis Clemente, en su Historia del rock sevillano (Sevilla, 1996; pág. 91), “es el
momento culmen del flamenco-rock: violines y guitarras flamenca y eléctrica
sucediéndose en los tres minutos treinta y tres segundos mejor aprovechados de
este rock con raíces en la década de los 70”. El tema se titula “Tarantos para Jimi
Hendrix”, y fue grabada por Gualberto García Pérez y otros músicos, entre ellos
Antonio Díaz Moreno al bajo, para el LP A
la vida / Al dolor (1975). A continuación les ofrezco sus acordes tal y
como me los escribió Antonio Cuevas, el “Nene”, hace ya unos años:
FA#M
|
SOL
|
LA
|
FA#M
|
RE
|
DO
|
FA RE SOL
|
FA#M
|
SIm
|
MI
|
SIm SOL LA
|
SOL
|
DO#m RE
|
DO#m /
RE / MI
|
FA# /
SOL / LA
|
Sim
|
SOL LA
|
SIm
|
SOL LA
|
SIm
|
SOL LA
|
etc… En este
tema, en la rueda de acordes del final, en el solo de guitarra eléctrica,
Gualberto, arropado por batería, bajo, palmas, violín y guitarra flamenca
—interpretada por él mismo—, sube de repente a una serie de notas agudas que
tiene el don de emocionar a todo el que la oye, incluido este que les escribe.
Quien no la conozca puede oírla en el siguiente enlace
http://www.youtube.com/watch?v=0D4TmXjQCKw . Entre los vídeos de esta
página, hay uno, en
http://www.youtube.com/watch?v=Hio5_iSfDAQ
, subido por Gualberto, que recoge el solo en cuestión pero con variaciones por
ser en directo, y a mí, personalmente, me gusta menos; tiene la virtud, eso sí,
de contener imágenes de Antonio de la época en la que se grabó el disco, con
una barba muy cerrada y muy delgado. Se le ve pendiente del batería,
conscientes los dos de la importancia que tiene una base rítmica regular y
constante. Resulta a veces frustrante la poca importancia que suele darse a
esos músicos, lo que crean la base rítmica, por lo general alejados de los
primeros planos y con letra muy pequeña en los carteles, cuando son
fundamentales para la construcción de una canción: sin su trabajo el tema no se
sostendría, y sin embargo muy poca gente los conoce o habla de ellos.
Como ya supondrá el lector, Antonio
comenzó su andadura como músico años antes de la grabación de ese LP. Fue con
el Grupo 68, una formación de Osuna que estaba formada por Francisco Jiménez
(batería), su hermano Antonio (bajo), Pedro Santana (guitarra rítmica), José
Ángel Sánchez Fajardo (guitarra solista) y, como vocalistas, Paco —un chaval de
Sevilla que sólo estuvo al principio—, Javier Caro y Antonio Díaz. José Ángel
era el que más conocimientos musicales tenía, y el que, de alguna manera,
imprimió un sello personal al grupo, descartando los temas que le parecían
demasiado ambiciosos y no pudieran salir redondos. En esta foto faltan algunos,
pero está Antonio,
muy serio, con
cara de circunstancias y un refresco en la mano. Aparece también Pepe Perona,
el técnico de sonido. Sobre este grupo ya escribí un
artículo en la revista de Feria de Osuna (Excmo. Ayuntamiento de Osuna, 2007), por lo cual invito a los
interesados a buscarla allí para no repetirme en exceso.
El Grupo 68 duró sólo dos años pero, tras su disolución, Antonio tenía ya
el gusanillo del rock metido en el cuerpo. Rafael, su hermano mayor, había
conocido en Sevilla a Gualberto y gracias a Rafael muchos ursaonenses entraron
en contacto con él y Gualberto entró en contacto con Osuna, enamorándose muy pronto
del pueblo, de sus rincones y de su ambiente flamenco. Gualberto, y esto es
historia conocida —puede encontrarse en muchas páginas de Internet—, viaja a finales
de los 60 a
EE UU, donde pasa unos años durante los cuales amplía sus conocimientos musicales,
asiste a macroconciertos como el celebrado en las cercanías de Woodstock y
conoce muchos y excelentes músicos, algunos de los cuales le acompañan cuando
vuelve a España: el violinista (Arthur Wohl), fallecido en accidente de tráfico
en 1989, y un cantante (Todd Purcell), también guitarrista. Con ellos y con
otros de esta tierra, Enrique Morente y nuestro paisano Antonio Díaz entre
otros, graba el LP ya mencionado y el que vendría después, Vericuetos (1976), compuesto parcialmente en Osuna, en la mismísima
Rehoya. En este ya no aparece Enrique Morente, que había colaborado en A la vida / Al dolor como músico de
estudio, ni el batería, Willie Rodríguez de Trujillo, muerto de manera
prematura; en su lugar toma los palillos un valenciano, Tico Balanza, y al
grupo se añade nada más y nada menos que Marcos Mantero, el teclista que años
más tarde nos deslumbraría a todos con el grupo Imán y su LP Imán califato independiente (1978). La
siguiente fotografía, tomada por Rafael Díaz, parece sacada durante las sesiones
de grabación de ese segundo LP. Antonio aparece de pie, sonriente, el pelo

largo, apoyado
en el pilar, detrás de Gualberto. En una entrevista realizada a este último por
Mariano Zamora, y publicada en El Paleto
2ª Ëpoca (Osuna, mayo de 1983), el célebre intérprete de “sitar flamenco”
declaraba: «Estoy ligado a Osuna desde antes de hacer la mili. Yo vine con
Rafael Díaz Moreno con 19 años. Rafael estaba en Sevilla estudiando en la
academia IFAR y yo andaba siempre por el barrio de Santa Cruz tocando la
guitarra. Él era un aficionado a la música —Elvis, Beatles, Rolling…— y nos
hicimos amigos. Luego he conocido a Ricardo [Cordón], al hermano de Rafael,
Antonio (que ha tocado conmigo en los dos primeros discos que hice), y después
Osuna entera: el “Nene”, el “Caracolé”, el Frasquito, el Redondo… me conozco
toda Osuna en realidad. Y no sólo los amigos, el pueblo entero me gusta. Me
acuerdo que había una foto de Osuna en la guía telefónica, y cuando la veía
decía ¡Hay que ver, esos balcones salíos por fuera! Me gusta Andalucía entera,
pero Osuna es lo que mejor conozco. Casi toda la música que he hecho la he
hecho aquí, además de en Sevilla y en Triana. La cara A del disco clásico [Otros días, 1978] que hemos oído esta
tarde, “Callejeando”, la compuse en la Rehoya, en la casa de la madre de Ricardo. Por
eso me encantaría dar un concierto en Osuna de todo lo que he hecho aquí». Y
más adelante: «En el disco Vericuetos
hay una cosa que hice escuchando las campanas de la Colegiata, que les cogí
el tono. Concretamente al principio y al final de “La noche de Rota”. Tú sabes
que cuando escuchas una campana se oye una nota, pero después esta nota se abre
y escuchas los sonidos armónicos, ¿no? Entonces lo que yo he intentado es coger
los armónicos de esa campana, y los he puesto con el piano, la guitarra y el
plato de la batería». Son palabras del músico genial con el que Antonio Díaz
grabó esos dos discos, tan ligados a Osuna, como vemos.
Después de la grabación de los dos
discos y de la interpretación de conciertos por media España (esta imagen, de
Antonio con Gualberto, pertenece a uno celebrado en una facultad universitaria
sevillana),
el grupo se fue
de gira por Francia y Holanda. Acabada la gira, circunstancias de la vida que
las personas no podemos controlar, y que muchas veces nos llevan por donde no
esperábamos, devolvieron a Antonio a Osuna, y aquí se quedó practicando el
noble oficio del comercio textil. A principios de los ochenta volvió a formar
parte de otro grupo musical con su hermano Juan Carlos (guitarra rítmica), José
Mari Jiménez (batería), Antonio Cuevas, el “Nene”, (guitarra solista) y él con
el bajo, por supuesto, amigos que, ya sin Antonio, siguen reuniéndose para
echar un rato de vez en cuando y mantienen viva esa luz que se encendió en Osuna
en aquella época dorada del rock andaluz.
Ahora volvamos al principio. Como ya
dije, yo había aprendido más mal que bien a tocar la guitarra y, con el paso de
los años, me acostumbré a llevarla conmigo allá donde fuera. Me hacía compañía,
me daba calor y me ayudaba a expresarme. Yo había pertenecido a distintos
grupitos de rock o pop, siempre tocando la guitarra rítmica. En la segunda
mitad de los ochenta, aunque vivía en Sevilla, habíamos formado uno en Osuna
integrado por Salvador Rodríguez (bajo), Carlos Fernández (batería), Gonzo, ese
genial y desconocido músico ursaonés (guitarra solista), y este que les
escribe. Ensayábamos todo lo que podíamos, sobre todo en fines de semana, canciones
compuestas por Gonzo, y tocamos en varias fiestas de amigos en el campo. En una
de ellas, una noche de verano, en un cortijo abarrotado de jóvenes con la
hormona revuelta y la sensibilidad a flor de piel, se destacó del público un
hombre mayor que nosotros que yo no conocía, y habló unas palabras con
Salvador, que era, como si dijéramos, nuestro relaciones públicas. Por
supuesto, yo no oí qué habían hablado. El hombre subió al escenario, cogió el
micrófono, y Salvador, después de consultar con Gonzo, transmitió la orden:
—Vámonos por “Let it be”.
Después
de los compases iniciales de la archiconocida canción de los Beatles, el
vocalista espontáneo empezó a cantar, y lo hizo de una forma tan afinada,
desgarradora y pasional que nos puso a todos la carne de gallina, tanto que el
público, entregado, se unió formando los coros y acabó regalándonos con el
mayor de los aplausos que habíamos recibido nunca. El vocalista espontáneo era,
como ya habrán supuesto, Antonio Díaz.
Cuando me di cuenta de que era el
mismo que aparecía en los discos de Gualberto me hice amigo de él, aunque sólo
fuera por ver si se me pegaba algo de la magia que poseían aquellos discos.
Hablábamos de música sin parar, en interminables veladas nocturnas con las que
cerrábamos los bares. Eran otros tiempos. En los 90 creé una revista literaria,
La Fuente Nueva, y él quiso colaborar,
escribiendo eruditos artículos sobre ajedrez, otra de sus grandes pasiones.
Firmaba sus colaboraciones con su nombre pero leído de forma especular:
“Oinotna zaid”. Pasados unos años, decidió empezar una nueva vida en Canarias.
Me llegaron noticias de él, algunas de ellas relativas a su actividad musical,
pues había entrado a formar parte, como bajista, de un grupo que interpretaba vallenatos,
música caribeña. Y allí, en aquella tierra tan lejana, le sorprendió la muerte
hace unos meses.
Espero que el recuerdo de su actividad musical, sobre todo por su
colaboración en aquellos dos inolvidables discos de Gualberto, le sobreviva en
el tiempo. El genial compositor lo tiene presente en su blog,
www.gualbertogarcia.wordpress.com,
donde lo menciona, a veces, en los comentarios que escribe a sus “tapitas
musicales”. Por ejemplo, en este del 20 de marzo de este año: «Empieza la
canción [se refiere a “Canción del arco iris”, de
A la vida / al dolor] con cuatro notas tocadas en el bajo por mi
inolvidable amigo Antonio Díaz Moreno, al que cariñosamente llamábamos “el
Gaché”, hombre de alma bondadosa que no se inmutaba y tocaba sin irse ni un
ápice del tempo: a pesar de todas las síncopas, contrarritmos, aceleramientos,
desaceleramientos, pausas, calderones y otras cosas que se me ocurrían muy a
menudo tanto a mí como a Arthur el violinista, y no digamos a Willy Trujillo,
el genial batería, todos nadábamos alrededor de la isla del “Gaché”».
Con referencias como esta, Antonio, no te va a faltar trabajo allá arriba.
Hasta siempre.